Ignacio Lagarda es geólogo de profesión y ha sido servidor público en Sonora, pero es más reconocido como un distinguido estudioso de la historia local sonorense. Es también el cronista oficial de la Ciudad de Hermosillo. Ha publicado varios libros y actualmente está escribiendo la biografía del desaparecido ex gobernador Samuel Ocaña.
¿Cómo nacieron sus primeras inquietudes intelectuales?
A los cuatro años, cuando leí lo que decía un almanaque en un pueblo de la Sierra de Sonora, límite con Chihuahua, muy aislado totalmente. No había nada. Y leí un almanaque, que era un anuncio con un calendario. Estaba ahí el anuncio de la tienda del pueblo, entonces yo leí el nombre. José H. Sáenz, Abarrotes en general, domicilio conocido, San Bernardo, Álamos, Sonora.
Le pregunté a mi mamá qué era un domicilio conocido, pues explíquele a un niño de cuatro años. En el fondo, yo me di cuenta de que las letras eran lo que me interesaba a mí, la escritura. Así fue, estaba muy chiquito. Después me fui a vivir a Navojoa y ahí ya era la modernidad, la urbanidad, conocí la civilización ahí pues. Conocí todo, desde el agua potable, la electricidad y todo.
Era el año 1968. Recuerdo muy bien porque estaban las Olimpíadas, fui a la casa de unos tíos y ahí vi cómo Felipe “el tibio Muñoz” ganó la medalla de oro de los cien metros para México. Es histórico, así conocí la televisión. No entendí qué eran las Olimpíadas, pero eso vi. Y a los 9 años leí mi primer libro, que fue La rebelión de los colgados de Bruno Traven. Trataba de la vida en la selva chiapaneca, de los indios chiapanecos y en mi cabeza no podía imaginar qué eran las ceibas (en Sonora es puro desierto), las maderas finas, los pinos. No había pinos en Sonora, eso yo no lo conocía. Ni siquiera los indios se parecían. Yo no conocía más que los indios mayos y guarijíos. Me pareció muy bonito y me explotó en la cabeza esa descripción. Y ahí empecé a leer.
¿Por qué no estudió literatura o historia? ¿Por qué se fue a la ingeniería?
Muy fácil, porque mi hermano estudiaba en Hermosillo la carrera de literatura y llevaba libros a mi casa en Navojoa. Y él los ponía en un buró y yo los leí todos. Yo nunca leí nada de literatura infantil, sino los libros de él pues. Los que había. ¿Con qué otra cosa se entretiene uno en los pueblos? Grandes libros como El Quijote o la Montaña Mágica. Entonces cuando llegué a Hermosillo, en tercero de prepa yo estaba convencido que iba a estudiar literatura y le dije a mi hermano Roberto “oye ya decidí estudiar literatura”.
Y se me queda viendo y me contesta “Noooo” me dice, “no te conviene. Vas a terminar de profesor del COBACH (Colegio de Bachilleres). Era cuando el COBACH apenas estaba naciendo en Sonora y había plazas. Él empezó como profesor del COBACH, pero él estudió literatura no porque le gustara, sino que él cuando llegó a Hermosillo nomás quería estudiar algo que no tuviera matemáticas.
Y con esas características solamente había dos carreras: leyes y literatura. Pero él trabajaba en la mañana y leyes solo se impartía en la mañana, así que no le quedó otra más que literatura, pero sin ninguna vocación. Eso me decepcionó mucho, pero yo tenía dos hermanos mayores que estudiaban ingeniería civil, y yo sí era muy bueno para las matemáticas en la prepa.
Fui finalista del concurso de física y matemáticas de la Universidad de Sonora. Entonces dije yo “pues estudio ingeniería civil”, y me contestan mis hermanos “Nooo, ya somos muchos. Estudia mejor algo que tenga que ver con ingeniería y en la escuela de ingeniería hay tres carreras: civil, minas y geología.” Y le pregunté qué hace un ingeniero minero. “Es lo mismo que uno civil nomás que en el campo, en una mina”. Así que pregunté qué hace un geólogo. “Eso si no sé la verdad, ve a la escuela y ahí te dicen.”
Y fui a ver y me di cuenta de que era el campo, la montaña, como National Geographic. Y pues eso sí me gustó. Tal vez por inspiración literaria de que me atraía el campo. Así que estudié geología. Nunca he estudiado un minuto de un curso ni de un taller de literatura. Pero si me acuerdo de que cuando era ingeniero era bueno para redactar los informes técnicos. Narraba el viaje si yo iba a un pueblo a ver una obra de agua potable. Describía técnicamente el problema y luego narraba el regreso del viaje.
Les gustaba mucho a los jefes y una vez me pidieron que escribiera un oficio que iba a firmar el gobernador Félix Valdés. Escribía los oficios del secretario cuando se le dificultaba, porque yo supongo que cuando le leían las cosas que yo hacía o los informes que se mandan entre funcionarios, me decían qué bonito escribes.
Pero entonces aquí ya en esa etapa yo quería escribir y escribí unos cuentos muy malos. Quería participar en el concurso de cuento de la Universidad Sonora, pero nunca me animé. Me estaba asfixiando porque quería escribir. Hasta que escribí un artículo en una revista. Yo era director editorial no sé por qué, pero me dio chamba un amigo pues yo andaba sin empleo.
Era el año 1993, hice un viaje a Cuba y cuando regresé, escribí un artículo que le gustó mucho a la gente. Y luego que escribí esta historia para un amigo que dirigió un suplemento cultural en Hermosillo. Él había sido mi compañero en la revista y me pidió escribir la historia de los menonitas. Eso fue un éxito y me dijo “ahora tienes que escribir más”, y le estuve mandando como 1 año artículos. No me pagaban, no necesitaba, ya era director general.