Si algo hubiera que reconocerle a Donald Trump, es que el desbordado presidente de los Estados Unidos está cumpliendo todas y cada una de sus promesas de campaña a sus millones de votantes, aunque eso, que se puede considerar un caso atípico y poco visto en la política —donde lo común es el incumplimiento y el engaño—, tal vez satisfaga a sus electores, pero está poniendo de cabeza al mundo y a la economía no sólo internacional, sino de los propios estadounidenses.
Y es que con su firma, ayer, de la Orden Ejecutiva con la que declara “aranceles permanentes” del 25% a todos los autos que no se fabriquen en territorio de la Unión Americana, Trump está golpeando y fracturando a la columna vertebral del T-MEC que hoy sostiene la economía de Norteamérica.
La industria automotriz representa, sin duda, la cadena de producción más acabada en el tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá y es el principal motor que integró los procesos productivos entre los tres países y convirtió al bloque comercial del Norte de América en uno de los mercados más productivos y atractivos del mundo, colocando a los tres países que lo integran como una potencia automotriz en el mundo, sólo superada por China, y seguida por Japón, India y los países de la Unión Europea.
Es a esa columna y a ese motor a los que el presidente estadounidense está afectando con su decisión de cobrarle impuestos a sus dos principales socios comerciales por cada auto que exporten a los Estados Unidos, y es, en los hechos, la sentencia de muerte para el T-MEC, cuyo futuro está literalmente colgado de alfileres, ante la amenaza también anunciada ayer por Trump, en la que advierte “nos vemos el 2 de abril” para la imposición de los llamados “aranceles recíprocos”, que podrían incluir otros productos y mercancías claves en el intercambio del tratado trilateral norteamericano.
Ayer mismo, ante el desplante de Trump, reaccionó Canadá, que a través de su nuevo primer ministro Mark Carney, acusó que el presidente estadounidense viola el T-MEC con una acción que calificó como injustificada. “Es totalmente incompatible con el T-MEC y, de hecho, con la larga historia de relaciones en el sector automotriz (entre Canadá y EU) que se remonta al pacto automotriz". Los aranceles, dijo Carney, “es un atentado a los trabajadores canadienses, a los que defenderemos junto con nuestras empresas, defenderemos a nuestro país y lo defenderemos juntos”.
Anoche mismo la Unión Europea lamentó la decisión de la Casa Blanca y anunció que evaluará la respuesta que le darán a Trump en los próximos días. “La industria automotriz impulsa la innovación, la competitividad y la creación de empleo de alta calidad, gracias a cadenas de suministro profundamente integradas a ambos lados del Atlántico. Los aranceles son impuestos, perjudiciales para las empresas y peores para los consumidores, tanto en EU como en la Unión Europea", dijeron en un comunicado.
Veremos qué responde mañana la presidenta Sheinbaum, que había anunciado que sería hasta después del 2 de abril cuando su gobierno definiera qué medidas tomaría si se le imponen aranceles. Pues bien, el imprevisible Trump lo volvió a hacer y se adelantó a sus propios plazos para golpear, con un mazo arancelario, la columna vertebral del T-MEC y una industria que para México representa un pilar de su economía y sus exportaciones, que tan solo en el 2023 alcanzó el valor del 4.74 del PIB nacional y para el primer trimestre de 2024 había superado el 6.26 billones de pesos.
La amenaza de recesión sobre la economía mexicana, con un decrecimiento del PIB en 2025 que ya pronostican varios organismos nacionales e internacionales, cada vez se ve más cerca. Parece que la “cabeza fría” y la “serenidad en las respuestas”, no lograron contener al tsunami de pelo rubio que tirará a la economía de México y de la región.