7 de Abril de 2025

SIN MEDIAS TINTAS / La maldición del nepotismo / CLAUDIA VIVEROS LORENZO

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En un país donde millones de personas luchan cada día por una oportunidad laboral digna, el nepotismo continúa siendo una de las prácticas más corrosivas y normalizadas en el ámbito público y privado. La costumbre de otorgar empleos, contratos y ascensos no por mérito, sino por lazos familiares, ha dejado de ser una vergüenza para convertirse, cínicamente, en una estrategia de supervivencia heredada de generación en generación.

Y aunque muchas veces se intenta justificar esta práctica bajo el argumento de “confianza” o “lealtad”, lo cierto es que el nepotismo no solo margina al talento real, sino que sabotea el desarrollo de instituciones, empresas y hasta naciones enteras.

Un mal disfrazado de tradición en todo el mundo. En México, el nepotismo ha echado raíces profundas en gobiernos locales, sindicatos, medios de comunicación, universidades y empresas familiares que no distinguen entre herencia emocional y mérito profesional. “Mi primo es de confianza”, “mi sobrina necesita un puesto”, “el hijo del jefe ya va a entrar”… Frases que se escuchan con absoluta naturalidad y que refuerzan una cultura laboral en la que no gana el mejor preparado, sino el mejor relacionado.

Esta práctica perpetúa círculos de poder cerrados, en los que las oportunidades están reservadas para unos cuantos apellidos, mientras los demás deben resignarse a competir en desventaja, sin importar cuántos títulos, idiomas o habilidades blandas acumulen en su currículum.

El costo oculto del nepotismo, contrario a lo que muchos creen, el nepotismo no solo es injusto, también es ineficiente. Las organizaciones que operan bajo esta lógica suelen volverse complacientes, opacas y mediocres. ¿Cómo exigir resultados cuando el cargo fue otorgado por afecto y no por capacidad? ¿Cómo implementar evaluaciones de desempeño reales cuando los jefes son parientes?

El costo humano también es alto: jóvenes brillantes que se ven obligados a migrar, profesionistas que aceptan trabajos mal remunerados por falta de conexiones, y empleados que, sabiendo que no tienen apellido ilustre, son invisibilizados en sus propios espacios de trabajo.

Cuando el talento incomoda al privilegio es uno de los efectos más perversos del nepotismo es que convierte al talento en una amenaza. En entornos donde reina el favoritismo, las personas capaces se vuelven incómodas, incluso peligrosas para quienes llegaron por la puerta de atrás. Así, en lugar de fomentar la excelencia, se premia la mediocridad disfrazada de obediencia.

En un entorno laboral sano, el talento debería brillar y ser recompensado; en uno infectado por el nepotismo, el talento molesta, se relega o, peor aún, se sabotea.

Necesitamos una cultura del mérito, no del parentesco. No se trata de satanizar a las familias que emprenden juntas o a quienes confían en su círculo íntimo. Se trata de entender que el acceso al trabajo —especialmente en cargos públicos, educativos o estratégicos— debe regirse por criterios éticos, profesionales y transparentes.

Urge construir una cultura del mérito en la que el trabajo, el esfuerzo y la preparación pesen más que el apellido. Una cultura donde las oportunidades se ganen, no se hereden. Donde un joven sin “palancas” tenga las mismas posibilidades que el hijo del director.

El cambio empieza por visibilizar el problema. El nepotismo es una de esas heridas que no sangran, pero que matan lentamente las esperanzas, la confianza y la justicia social. Para erradicarlo, necesitamos nombrarlo, señalarlo y cuestionarlo sin miedo. Porque mientras el apellido siga valiendo más que el talento, México seguirá perdiendo a sus mejores profesionistas antes de darles una sola oportunidad.

Y eso, más que una injusticia, es una tragedia nacional.