Manuel Zepeda Ramos
Beto. Alberto de la Rosa. Legendario músico veracruzano, ejemplo de porfía en el dominio de los instrumentos.
Si esto no bastara, su generosidad a toda prueba para la comunicación de lo que sabe a las futuras generaciones, que lo ha llevado a desarrollar una escuela indiscutible en el dominio de los instrumentos musicales mestizos veracruzanos que empieza ya a llamar poderosamente la atención de quienes hacen música de calidad en el mundo entero, convierten al nacido en Acayucan en un veracruzano fuera de serie, en un ciudadano de gran brillo que desea que su tierra que fue la que supo de la entrada y salida de la dominación española y el consecuente cruce de culturas afortunadas, trascienda a estadios más allá de nuestras fronteras nacionales de manera evidente, en un veracruzano de una pieza que se preocupa intensamente por la preservación de la cultura, de aquella cultura veracruzana que parte de las grandes culturas prehispánicas y del mestizaje natural por la presencia en estas tierras maravillosas de la cultura europea y la cultura africana.
Miembros los dos -él y yo-, de la Universidad Veracruzana, conocí a don Alberto de la Rosa, mi compañero de la Casa a quien amamos profundamente, al término de la gira mundial de nuestro Ballet Folklórico al rededor del mundo, a finales de los años setenta del siglo pasado.
Fue una gira sin precedente en la historia de la cultura veracruzana. Un auténtico periplo que tuvo un punto de partida y otro de regreso al mismo punto de inicio después de varios meses de trotar por los teatros más importantes del Planeta en varios continentes. Al retorno a su Casa, la agrupación folklórica universitaria y su música viva de enorme calidad dirigida por Alberto, se presentaban ante su enorme público que los amará por siempre en el entonces Teatro del Estado, urgidos de ver en escena a sus ídolos, a quienes representaron con dignidad a Veracruz y a México al rededor del mundo.
El Teatro a reventar no tuvo más que, unánimemente, reconocer el talento de los bailarines que aprendieron a interpretar la cultura milenaria de China reflejada en sus danzas y de los músicos encabezados por el Doctor de la Rosa quienes, en un instante en el tiempo del poco que tenían en el continente asiático, aprendieron a dominar los instrumentos musicales milenarios chinos.
Lo recuerdo como si fuera ayer. Alberto de la Rosa, abrazando a un instrumento de cuerdas chino, milenario en su concepción y rodeado de sus músicos ejecutando otros instrumentos igualmente raros, vestidos todos como Mao se vestía cuando La Gran Marcha que originó la Revolución Cultural, sentado en medio del escenario y rodeado de bailarines y ejecutantes musicales.
Noche inolvidable. El histórico teatro construido por don Antonio M. Quirasco especialmente para albergar a la Orquesta Sinfónica de Xalapa y para desarrollar el teatro universitario que Dagoberto Guillaumín iniciara en nuestra Universidad Veracruzana, en donde no cabía ni el oxígeno que respirábamos, amenazaba con derrumbarse por el estruendo que producían más de mil almas veracruzanas y de otras latitudes más allá de nuestras fronteras al aplaudir de pie durante varios minutos al resultado del talento universitario que el mundo de la época había apreciado a lo largo de muchos meses en varios continentes del Planeta.
De aquella ocasión, han pasado ya muchos años.
Hoy, Alberto de la Rosa ha sabido ya de la generosidad de la comunidad universitaria al otorgarle el merecido Doctorado Honoris Causa por sus medallas bien ganadas durante mucho tiempo de andar por el mundo al servicio de su Casa eterna, la Universidad Veracruzana, a quien ya le ha dejado una tradición indiscutible en el real dominio del instrumento mestizo veracruzano, con miles de horas de trabajo incansable en la búsqueda del sonido exacto, la única manera de preservarlo y poder despertar el deseo de otros hombres en el mundo, igualmente virtuosos y profesionales, dedicados a su arte de manera feroz, por querer incorporarlo para la ejecución de obras nuevas creadas en la Tierra para la apreciación y goce del ser humano.
Hace pocos años la UV dio al poeta Ernesto Cardenal el mismo doctorado que recibió Alberto de la Rosa. Hombre querido por su pueblo, el sacerdote de fama mundial provocó que viniera hasta Xalapa Carlos Mejía Godoy y los de Palacahuina para celebrar el acontecimiento. Este grupo popular y folklórico es el más importante de Nicaragua, conocido en el mundo entero. Preparamos un gran concierto en el Teatro del Estado ya llamado Emilio Carballido, en donde el Tlen Huicani actuaría la primera parte para dejarle, después del intermedio, toda la cancha al grupo visitante.
Inicia el concierto. No habían pasado ni cinco minutos cuando Carlos Mejía Godoy, amigo mío de mucho tiempo, salió de su camerino para buscarme tras bambalinas. No batalló mucho para encontrarme. Me dijo a boca de jarro:
- Zepeda ¿Quién está tocando? Ya no quiero salir a actuar porque ese grupo que estoy oyendo está integrado por verdaderos virtuosos de la cuerda y el canto. Suenan mejor que nosotros. Nos van hacer talco.
-Son dos grandes grupos latino americanos que van hacer una noche inolvidable en Xalapa, le contesté a Carlos que estaba realmente preocupado. Se tranquilizó.
Fue un concierto popular inolvidable. Se habrá de recordar eternamente.
He querido hablar hoy de Beto, mi respetado amigo Beto, don Alberto de la Rosa el Doctor universitario, porque es un músico popular admirado en el mundo. Su arpa y su jarana son ejemplo de cómo debe de pulsarse un instrumento de esta categoría para trascender, para que los músicos del Planeta, los verdaderos, sepan cómo suena el arpa jarocha y su inseparable jarana.
Alberto de la Rosa. Veracruzano a mucha honra.