23 de Noviembre de 2024

Piedra Imán: Arma cargada de futuro

Manuel Zepeda Ramos

Solidaridad. Meta común. Sentimiento de unidad en la búsqueda de un buen resultado. Lo que se considera bueno para los demás. Compartir siempre. Lazos que unen a miembros de una sociedad de manera firme. Construir lo que viene, de la mano con todos.

Sin duda, la solidaridad es un arma cargada de futuro.

 

Una varita sola se rompe fácilmente; 100 varitas juntas no la rompe nadie, dicta el lugar común de la política nacional agrícola y agraria de buena parte de la segunda mitad del siglo pasado.

Solidaridad es una palabra que se ha olvidado; quizá porque se abusó de ella en un sexenio de pasado mediato.

Pocos se acuerdan que esa palabra fue arma de acción política nacional con resultados que habría que evaluar a la distancia, justamente porque el pueblo de México había alzado la voz de manera fuerte y eficaz en un acontecimiento que nos marcó a todos y enlutó a 50 mil familias de México, debido al poco interés mostrado por las autoridades, ante le inmensa tragedia.

Me atrevo a decir que el 19 de septiembre de 1985, el día que el temblor sacudió la conciencia nacional y nos mostró ante el mundo, podría ser un día de cambio transformador en la conducta nuestra para con los demás.

Dese Xalapa vi a Jacobo Zabludowsky caminar por la avenida Juárez, en vivo y en blanco y negro porque la señal se estaba reponiendo. Hombre de carácter acostumbrado a ver de todo, estaba consternado. La tragedia se empezaba a sentir.

No puedo olvidarme de una escena en la televisión, sucedida en la esquina de San Juan de Letrán, hoy eje central, del lado izquierdo rumbo a Tlatelolco, donde estaba el restaurante el Vaso de Leche. De un edificio aplastado, de varios pisos, que se había convertido en polvo de tabique, comenzó a emerger una niña de unos 8 años, vestida impecablemente con su uniforme de primaria y con su mochilita en la espalda. Salía del polvo trágico como una aparición divina. Dejó el agujero de tierra como lo hacen los soldados que salen de un tanque de guerra, sacudió su vestidito y, sin aspaviento alguno, empezó a caminar sobre los escombros rumbo a su escuela, como si no hubiera pasado nada.

Quienes vivimos adentro y afuera de la ciudad de México el sismo que transformó a la capital de la República por afuera y por adentro, nunca podremos olvidarlo. Una parte del México actual se escapó entre los escombros.

Pero surgió una conciencia nueva.

Conforme avanzaban las horas y la desesperación reinaba, empezaron a aparecer grúas, muchas, que se tiraron a la tarea de empezar a retirar escombros pesados de los edificios donde había gran concentración de personas atrapadas. A las grúas le siguieron otros vehículos y, atrás de esta gran brigada motorizada, gente de todas las edades, principalmente jóvenes, cientos, miles, se disponían a remover todo el mundo si eso faltara para intentar el rescate de personas con vida.

Esa imagen que yo vi, de cientos y miles de personas, la mayoría jóvenes -cuando a las 48 horas del suceso telúrico me trasladé a la ciudad  de México para ayudar-, ciudadanos caminando por las calles de la ciudad, sin luz y llena de polvo por la enorme cantidad de edificios caídos, sin hablar, solo buscando el momento para echar la mano en cualquier intento de rescate y su ordenamiento respectivo para mayor eficiencia.

México cambió. El sentimiento solidario “brotó” en el ser humano que se conmovió por la inmensa tragedia y acudió al llamado del dolor.

Con hechos ciudadanos evidentes, se demostró que México reacciona ante la pena colectiva.

Este fenómeno social se suscitó otra vez en la ciudad de México, hace unos días, con el estallido de la pipa de gas en el hospital materno infantil.

Los voluntarios aparecieron de repente y empezaron a mover escombros y fierros pesados. Las mujeres llevaron comida y agua para los voluntarios, los rescatistas se hicieron presentes de inmediato. En ese nosocomio destruido, con el dolor humano incluido por la pérdida de bebés y adultos y actos heroicos de enfermeras y policías rescatistas, se repitió el fenómeno solidario que habíamos perdido de vista que existía.

Es cuando me pregunto si no es momento de emprender tareas solidarias en donde la participación de los mexicanos se vuelve indispensable.

Combatir el analfabetismo -que todavía hay a pesar de que las brigadas culturales de Vasconcelos pronto habrán de cumplir un siglo de su aparición en el México posrevolucionario-, con espíritu solidario por ejemplo, sería una buena señal al México de hoy que requiere de muestras colectivas de interés por los demás.

La reparación, por ejemplo, de vivienda enclavada en los núcleos depauperados urbanos que requieren de la solidaridad de los jóvenes para su compostura o para el agregado de piso en la cocina o en el cuarto, podría ser una tarea colectiva importante.

El servicio social de los egresados de las escuelas de educación superior debería regresar a sus orígenes, el de devolverle a la nación lo que nos proveyó para poder estudiar, llevando lo aprendido a las zonas rurales y urbanas pobres de México. Mi presencia en la sierra chiapaneca recién salido de la UNAM, me marcó para siempre y conmigo a un puñado de cientos de pasantes que hicimos juntos lo mismo en los pueblos pobres chiapanecos.

México requiere hoy de un profundo espíritu solidario de sus habitantes. Veo en los jóvenes a los candidatos idóneos para ello. Me imagino el gran efecto que el trabajo de conjunto puede tener de enorme riqueza entre un joven y un viejo en tareas de interés común que se relacionen con la producción agrícola, o la compostura de utensilios del hogar, un fogón o un piso de concreto o la compostura de un motor. Sería una modalidad más del servicio social obligatorio, tan olvidado en estos tiempos por los jóvenes y quienes lo aplican. Hoy más que nunca, los jóvenes deben de ver al México Real. Nuestro país lo necesita para recuperar valores fundamentales que tengan que ver con el espíritu solidario y un cambio nacional.

 

¿Será mucho pedir?