Manuel Zepeda Ramos
Cincuentas. A la mitad del siglo pasado. Don Rafael Pascasio Gamboa se erigía como el gobernador constructor de la capital de Chiapas. Lo hacía con edificios emblemáticos:
La escuela secundaria, preparatoria y normal, en donde se formaban los que accederían después a la universidad pública de la capital de la república: La UNAM y de donde los futuros educandos del estado salían para trabajar en todas las cotas chiapanecas; todos esos alumnos, fueron extraordinariamente bien formados por grandes maestros que dejaron un legado académico para la posteridad, reflejado en la calidad de quienes formaron.
El Palacio Municipal, de arquitectura Art Decó, hoy el edifico más importante de Tuxtla Gutiérrez. Actualmente se encuentra ubicado el Museo de la Ciudad.
La Penitenciaría, desgraciadamente demolida para hacer en su terreno un edificio sin importancia, actualmente abandonado. Era un edificio cuadrangular, lúgubre, que hubiera sido la sede, con toda seguridad, de un Museo de Sitio.
El Monumento a la Bandera. Un edificio representativo de lo que ha sido la historia de Chiapas; aquel territorio cuyos habitantes decidieron, por voluntad propia, ser parte de la Federación Mexicana. Es un monumento de más de 20 metros de alto, ubicado en una loma desde donde se divisa toda la capital chiapaneca. Es un prisma cuadrangular, de piedra, en cuya parte más alta se desplanta un hasta bandera a donde la Bandera Nacional se iza cada vez que lo marca el calendario cívico de la nación y del estado.
Si el edificio del ICACH está lleno de recuerdos académicos, este Monumento a la Bandera está lleno de recuerdos cívicos para quienes todavía vivimos y lo recordamos con profundo cariño y, desgraciadamente, con la tristeza que dan los tiempos idos.
Cada 24 de febrero, todos los estudiantes de primaria, secundaria, preparatoria y normal, nos reuníamos en una fiesta cívica vespertina para honrar a uno de los símbolos Patrios.
Acompañados de todas las bandas de guerra de las escuelas primarias, la gran banda de 40 tambores y 40 cornetas del ICACH, la de la Pre vocacional -la escuela técnica antesala para el Instituto Politécnico Nacional-, junto a la banda de guerra profesional del 46 Batallón de Infantería y su respectiva escolta que llevaba la bandera a la que todos le rendíamos respeto.
Lo que sucedía allí era un acto cívico masivo de absoluta lealtad por la Bandera Nacional.
De aquella época al día de hoy, han pasado muchas cosas en nuestro país en materia educativa que han enfriado el cariño por los símbolos que nos deberían dar cohesión y espíritu solidario.
Por lo pronto, la materia de civismo desapareció de los planes de estudios de todos los niveles educativos durante muchos años. Hace poco se volvió a retomar para bien de la educación nacional.
Pero resulta que quienes debieran estar al frente de cada aula de enseñanza en los niveles educativos básicos y medios en la parte del sur de México principalmente, hace tiempo que están en la calle luchando denodadamente por no trabajar y si por nunca dejar de recibir un salario que no se merecen desde hace años porque su trabajo es altamente deficiente -para no decir nulo-, en la formación del futuro nacional.
A juzgar por los últimos acontecimientos sucedidos en la Ciudad de México, en el Paseo de la Reforma, cuya destrucción y desorden a la vida diaria el gran Peje lo puso al servicio del desmadre y el desprecio absoluto por el derecho de cada habitante de esa ciudad tan grande y tan emblemática; ejemplo que, a juzgar por los resultados, lo han aprendido hacer muy bien sus fieles alumnos. Las hordas oaxaqueñas de quienes todavía se ostentan como “educadores” del futuro nacional, dieron un gran paso para atacar en la mera línea de flotación a la Reforma Educativa. Consiguieron, ante el asombro de quienes creemos en el futuro nacional promisorio y necesario para las nuevas generaciones, que se les pague lo que nunca han trabajado y los salarios caídos para los vivos y los que ya no existen. El acuerdo que se tuvo con las autoridades federales es un acuerdo de vergüenza, que le asesta un retroceso democrático fundamental a los acuerdos tomados en el Congreso de la Unión en torno a una Reforma que, de no aplicarse, habremos de estar condenados a ser un pueblo de analfabetas funcionales al servicio de quien tenga la habilidad y el dinero para joder a quienes serán mal formados por no poder siquiera alcanzar a comprender lo que intentarán leer. La CNTE de Oaxaca se ha ganado ya la impunidad para hacer y deshacer en la educación de los habitantes de la tierra de Benito Juárez, lo que les plazca, ante la contemplación pasiva de las autoridades federales y estatales. Les tuvieron miedo. Allí en Oaxaca, hasta la policía estatal está en huelga y amenaza con hacer uso de 1500 armas largas si se atreven a tocarlos. De ese tamaño.
Recuerdo por eso, ahora que está cercano el 24 de febrero, que debemos pensar en el amor por la patria, el honor y la lealtad que le merecemos todos a ella, que es el sustento y la memoria de nuestro pueblo.
No podemos seguir actuando de esa manera.
El General Secretario de la Defensa Nacional, desde la tribuna en la celebración de la Marcha de la Lealtad, pronunció un discurso político que ya en todos los círculos del poder se considera como una bocanada de aire puro.
Habló del honor y la lealtad, lazo indisoluble y necesario en la actual marcha nacional.
Tuvo que ser un patriota, a falta de políticos y sus respectivos partidos, el que salió a decirle al pueblo de México: El honor nacional es simplemente entre leales. Allí los traidores no caben. La lealtad es perpetua y total; no se es leal a veces ni en parte, dijo el General Cienfuegos.
Urge rescatar el discurso político. Lo harán los inteligentes bien educados. Hoy no los veo.
El día de la Bandera es un buen momento para pensar en la lealtad que México necesita.
Lo pensemos todos. En los círculos sociales y laborales. Lo pensemos en todos los hogares.
Estamos en tiempo.