Por Luis Herrera-Lasso
(Director de Grupo Coppan SC)
Si la crisis económica de 2008 puso a la Unión Europea (UE) en ciernes, la más reciente oleada de inmigrantes de Siria, Irak, Kosovo, Albania y países africanos, han arrastrado nuevos nubarrones que ponen a prueba la unidad, solidaridad y capacidad de respuesta conjunta de sus 28 integrantes.
En lo que va de 2015, más de medio millón de inmigrantes indocumentados ha llegado a la UE, cifra que está por duplicar el total de 280 mil que ingresaron en 2014 (agencia europea Frontex). Alemania estima que recibirá en 2015 más de un millón de inmigrantes. Los riesgos que asumen los migrantes llevaron a principios del año a la implementación de operativos de rescate marítimo, el Tritón en costas de Italia y el Poseidón en las griegas. Y a pesar de ello, han muerto en 2015 cerca de 3 mil migrantes en las aguas del Mediterráneo.
Los flujos han llegado a tal magnitud, que en los últimos días se planteó un régimen de cuotas de recepción para los 28 países, lo que provocó una nueva crisis y puso en evidencia la desunión de la Unión. Alemania y Austria, países que reciben el mayor número, propugnan por esta repartición de la responsabilidad. Otros países, como Hungría, Eslovaquia y la República Checa, favorecen el cierre de fronteras y se oponen a la asignación de cuotas. El primer ministro húngaro ordenó en días recientes el cierre de su frontera con Serbia. Voces nacionalistas y adalides de la soberanía fortalecen estas posturas. No parece fácil alcanzar un acuerdo.
¿Era previsible una crisis en la UE por el tema de la inmigración? ¿Se pudo evitar? ¿Quién es el responsable? ¿A quién le toca resolverla? Al menos dos reflexiones se desprenden de este nuevo escenario.
La inmigración por razones políticas, económicas y sociales, es un continuo en la historia europea. Lo que hace ahora crisis es la dificultad para asumir una política común frente al inesperado crecimiento del fenómeno, para lo cual no estaban preparados. Prueba de ello son las posiciones tan distintas que han surgido entre los 28 miembros de la UE. La actual crisis pone en riesgo la política de fronteras abiertas, por lo menos para el corto y mediano plazo y, ciertamente, ensombrece y dificulta la consolidación política de la Unión.
Las condiciones estructurales de atracción a la inmigración no se modifican de un día para otro. Pero si puede ser el caso de los factores de expulsión, como ha sucedido recientemente. Hace diez años nadie imaginaba la profunda crisis política en Siria y el surgimiento del Estado Islámico, lo que ha provocado el incremento desmedido del flujo, principalmente hacia Europa, que se suma al africano y del sur de Europa.
¿Quién puede modificar las condiciones de expulsión? El Asad, el presidente responsable del mayor número de muertos en su propio país en lo que va del siglo XXI, ha llegado al cinismo de decir que los europeos son los responsables de estos flujos, por apoyar a los terroristas en Siria. Vladimir Putin, uno de los pocos actores con capacidad para detener esa situación, ha optado por apoyar al dictador, en consonancia con la mejor tradición de los líderes rusos para quienes muertos y refugiados no son sino daño colateral de la política. Mismo es el caso de lo que ha provocado el llamado Estado Islámico de Siria e Irak.
¿Surgirá de este escenario un nuevo esquema para administrar mejor la migración, en los países receptores y en los lugares de origen? Difícil saber. Ni la globalización ni los pretendidos valores universales y organismos que los sustentan, parecen haber logrado hasta ahora una mejor respuesta. Para botón de muestra basta ver lo que sucede en Estados Unidos, México y Centroamérica, donde las tragedias de la migración son cotidianas desde hace varias décadas y no se perciben visos de cambio.
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