20 de Noviembre de 2024

¿Combatir uniones gay o acabar con el “santo” celibato?

José Carreño Carlón

 

Incongruencia clerical. El pronunciamiento de la jerarquía católica mexicana contra la iniciativa presidencial de reformas a la Constitución para garantizar el derecho al matrimonio de parejas del mismo sexo, mantiene a esta Iglesia —todavía mayoritaria en México— al margen del desarrollo de los derechos y libertades de reciente generación en el mundo. Adicionalmente, reafirma la ubicación del clero católico de nuestro país en el bloque de las iglesias más atrasadas del planeta.

Por si fuera poco, con este nuevo alejamiento de las creencias, las actitudes y los valores emergentes —sobre todo la tolerancia— en los sectores liberales, modernos de la sociedad, el Episcopado realza la incongruencia y reaviva aquí la condena global a los sacerdotes y religiosos abusadores sexuales de menores, encubiertos por una iglesia que al mismo tiempo margina y discrimina ahora a las parejas de adultos homosexuales unidos por libre consentimiento.

Hay un abismo de siglos entre este atraso y la capacidad de adaptación y actualización de otras iglesias cristianas, como algunas protestantes, que en diversas partes de mundo no sólo consagran incluso matrimonios religiosos entre personas del mismo sexo, sino que además toleran los matrimonios homosexuales de los propios ministros religiosos. Claro, en estas iglesias, surgidas al despuntar el Renacimiento, tampoco se prohibió desde su fundación el matrimonio heterosexual de sus oficiantes. Ello, en contraste con una Iglesia católica, la de los Borgia, hundida en la corrupción y en la contradicción de pregonar el “santo” celibato al tiempo que sus altos mandos gozaban y lucían amantes con quienes tenían descendencia a la que heredaban sus riquezas y sus cargos eclesiásticos, incluyendo obispados y el propio papado.

Prédicas antidiluvianas. En la arena política, la iniciativa del Presidente mexicano abrirá, con el debate en el Congreso de este tema, anunciado para septiembre, una prueba difícil lo mismo para la derecha y sus prospectos para 2018, que para la izquierda antiliberal, un ámbito en el que se suele considerar estos temas ligados a las nuevas libertades de las personas como simples distractores de su lucha contra la “mafia del poder”. Ambos, en apoyo —intencional o no— al moralismo clerical en lucha contra la reafirmación de los principios de un Estado moderno y laico.

En la esfera social, con el más puntual apego a las tradiciones del catolicismo iberoamericano, lo más probable es que la posición clerical no influya demasiado en las actitudes y los comportamientos cotidianos de la gente común ante los matrimonios gay, ni siquiera entre los feligreses, que suelen ir a misa y oír sin atender ni retener las prédicas frecuentemente antidiluvianas de los altares. Marginalmente podría haber manifestaciones homofóbicas violentas, verbales o físicas, sin excluir agresiones o crímenes de odio, por parte de fanáticos o exponentes más radicales del prejuicio antihomosexual.

En el mapa de las iglesias, hoy en competencia con centenares o miles de creencias y ofertas espirituales, la católica seguirá acelerando su proceso de pérdida de supremacía en México, y ya no se diga el carácter “universal” que se autoatribuyó y que ciertamente se instituyó por siglos en las ahora ex colonias de las metrópolis de la Península Ibérica.

Reloj de los patrones culturales. Quizá más que tratar de detener el reloj que activa la evolución de los patrones culturales en el mundo, la Iglesia católica tendría que plantearse en serio la necesidad de echar a andar su propio reloj y empezar por liberarse de la misoginia que aparta a la mujeres del ministerio sacramental, además de emancipar a sus ministros del yugo del celibato, impuesto a mediados del primer milenio de la cristiandad por motivaciones patrimoniales, ahora sin sustento, y con un voto de castidad con altos grados de inobservancia a lo largo del segundo milenio y los primeros lustros del tercero, para no abundar en el tema de la pederastia.