Jesús Zambrano Grijalva
Las elecciones del próximo domingo 5 de junio debemos verlas en toda su dimensión; por lo tanto, no hacer juicios apresurados sobre las consecuencias de sus posibles resultados, sino sobre todo ver cómo se contribuye por el conjunto de los actores políticos a fortalecer el entramado democrático institucional y asumir la gravedad de los problemas que aquejan al país para buscar soluciones de fondo.
Es poco alentador el escenario en el que se han desplegado las campañas y en el que estaremos situados durante las jornadas electorales: una guerra sucia subrayada en las entidades más competidas, ominosa presencia del crimen organizado en varias regiones, que inhibe la libre participación ciudadana, violaciones sistemáticas de las reglas electorales por parte de gobernadores y funcionarios públicos federales y estatales, ausencia de informes de gastos en precampañas y campañas, una tibia actuación de las autoridades electorales ante tanta ilegalidad, desesperadas alianzas electorales entre sectores radicales del magisterio y Morena y de este partido con el PRI en varias entidades para hacerle el trabajo sucio, todo ello en un entorno social y económico con demasiadas fragilidades que provocan un ánimo de escasa credibilidad en la eficacia de la democracia.
Se ha dicho mucho que el próximo 5 de junio definirá prácticamente el resultado de las elecciones presidenciales de 2018, cuando en realidad sólo serán una parte del conjunto de elementos que estarán presentes en la contienda principal dentro de dos años, ya que los cambios en las correlaciones de fuerzas se pueden modificar súbitamente por cualquier suceso importante que impacte al país o por las posibles coaliciones electorales y las estrategias que desplieguen cada una de las fuerzas políticas nacionales.
Por lo tanto, el primer riesgo es dar por muerto a alguien de antemano. Tan sólo recordemos que en el año 2000 el PRI perdió la Presidencia de la República ante el PAN, después en el 2006 el PAN retuvo con un cuestionado triunfo la Presidencia frente al PRD; vendría un 2009 en el que el PRI al obtener la mayoría de diputados preparó su regreso a Los Pinos en el 2012, año en el cual el PAN siendo partido gobernante se fue al tercer lugar. ¿Qué puede pasar entonces dentro de dos años?
Por lo anterior, lo que más debiera preocuparnos es con qué país vamos a llegar a las próximas elecciones presidenciales. ¿Seguirá la necedad gubernamental de que las cosas van bien, con una economía estancada, la terquedad neoliberal de no incrementar los salarios para recuperar el perdido poder adquisitivo de los mismos, la nociva fiebre privatizadora, la falta de suficiente inversión en el campo, la falta de estímulos a la economía social, la impunidad galopante que auspicia la corrupción? Sería una tragedia que esto siguiera sucediendo.
¿O acaso la autoridad electoral y la Fepade seguirán cruzadas de brazos o sólo haciendo señalamientos quejumbrosos a quienes violan las normas electorales?
¿Pondremos ya un hasta aquí al papel del crimen organizado y sus trágicas consecuencias con desapariciones forzadas y situaciones similares?
Por supuesto que nadie, responsablemente y en su sano juicio, podría pensar que ese es el mejor escenario para unas contiendas presidenciales cuyo resultado sea el mejoramiento de la calidad de vida de la gente y el fortalecimiento de las instituciones democráticas del país. Por ello he insistido en cuidar al máximo posible que el próximo 5 de junio haya paz y tranquilidad y una amplia participación ciudadana. Después deberán venir los trabajos legislativos que ayuden a caminar en la construcción del México más habitable que todos queremos.