Ivonne Ortega
Las elecciones del domingo 5 de junio de 2016, que podemos ubicar como de las más competidas de la historia en México, tuvieron resultados que sorprendieron sobre todo a los partidos políticos, ganadores o no. De las 12 gubernaturas que se eligieron, en cuatro de ellas se dio una alternancia importante porque nunca había gobernado otro partido que no fuera el PRI: Durango, Quintana Roo, Tamaulipas y Veracruz.
El mensaje de la ciudadanía fue claro: queremos mejores gobiernos y gobernantes honestos, que complementa otro: no es suficiente gobernar bien para ganar una elección.
En recientes fechas hemos escuchado serias acusaciones sobre todo a funcionarios locales por corrupción, conflictos de intereses y falta de resultados, lo cual afectó al resultado electoral. Pero también se han dado casos de gobernantes excelentemente calificados por la ciudadanía (y por los indicadores socioeconómicos) cuyos partidos no han logrado la victoria.
Tales mensajes de la población no se contraponen, aunque para entenderlos hay que analizarlos en su contexto. Y actuar en consecuencia.
Partidos políticos, candidatas y candidatos deberán estar más cercanos a la gente, y escuchar y conocer las necesidades que tiene. Siempre serán los ciudadanos los mejores asesores para decirnos en qué estamos fallando y en qué acertamos quienes nos dedicamos al servicio público.
Lamento que algunas de mis compañeras y compañeros de partido no hayan sido elegidos por los ciudadanos, porque tuve la fortuna de estar en sus campañas, y sus proyectos eran los mejores; sin embargo, la ciudadanía es quien tiene la última palabra. Así es la democracia.
Una derrota no es el fin del mundo, ni mucho menos de una carrera política. Tras la misma no queda más que reinventarse, prepararse, mejor para lo que viene y nunca dejar de trabajar.
“Lo que pasa es lo mejor”, decía mi abuelo. En mi carrera política experimenté hace diez años mi única derrota en las urnas (he competido en seis elecciones constitucionales y en cuatro internas de mi partido). En julio de 2006 perdí la elección al Senado por Yucatán (sin embargo, fui senadora por el principio de representación proporcional). Por eso, cuando en mayo de 2007, poco más de diez meses después, competí por la gubernatura de mi estado, algunos dijeron que era imposible ganar debido a la derrota previa. Y gané.
Resulta que tras haber perdido, seguí trabajando para identificar y corregir mis errores, los de mi equipo y los del partido. Me propuse reconocer y atender el mensaje de los ciudadanos y sólo así conseguí la victoria.
Las elecciones han concluido. Ahora es responsabilidad de los gobiernos entrantes, sobre todo aquellos que prometen cambios, no desperdiciar la oportunidad de trabajar por y para la gente que ha confiado en ellos a través de su voto. De lo contrario, se los aseguro, habrá otra alternancia.