Jorge Camil
El viernes pasado, cuando un derrotado (y humillado) David Cameron anunció su renuncia como primer ministro de Reino Unido, nadie imaginó la hecatombe financiera, bursátil y monetaria que el referendo sobre el Brexit estaba provocando en ese preciso instante en los mercados financieros. En Reino Unido, por supuesto, los daños fueron enormes, e incluyeron la probable separación de Escocia, una guerra política de todos contra todos, y una devaluación más importante que la sufrida en el llamado “miércoles negro” en septiembre de 1992.
Hay señales preocupantes de que el tsunami desatado el viernes pasado pudiese arrastrar a la tambaleante Unión Europea (ese sueño imposible que nació después de la Segunda Guerra Mundial y ha sobrevivido con distintos nombres y objetivos y un creciente número de países miembros, cada vez más pequeños).
Hoy la Europa de la posguerra, la “vieja Europa”, como la llamó despectivamente en tiempos de George W. Bush, Donald Rumsfeld, ha dado paso a una “nueva Europa”; una con influencia del Islam, y otras características que no hubiesen imaginado ni aprobado los padres de la precursora “Comunidad Europea del Carbón y del Acero”: el canciller alemán Konrad Adenauer, Jean Monnet, el internacionalista que “inventó” Europa, y el diplomático francés Robert Schuman.
Lo que resulta obvio es que la Unión Europea actual, con sus 28 miembros (se inició con seis), ha venido dando tumbos desde que cayó en la mira del radicalismo islámico. ¿Cómo llamar “Unión Europea” a un área poblada por más de 20 millones de musulmanes, que esperan rebasar los 40 en 2020? ¿Cómo considerar países netamente “europeos” a Francia y Bélgica, convertidos desde hace tiempo en centros importantes de operaciones de Al Qaeda, y ahora de ISIS?
Nick Clegg, ex líder de los demócratas liberales, y también ex vice primer ministro, que gobernó hasta hace poco en coalición con David Cameron, publicó en el Financial Times del viernes pasado, una vez conocidos los efectos devastadores del Brexit, un artículo respetuoso, pero triste. Culpa de la tragedia a David Cameron y George Osborne, ministro de Finanzas.
Clegg asegura que ellos dos, y nadie más, son los responsables de un referendo innecesario, “que puso en riesgo el futuro de (sus) hijos por motivos políticos”. Hoy miles de jóvenes engañados han iniciado un movimiento para convocar a nuevas elecciones, en otro referendo que les permita votar sin engaños ni populismo, y más importante, conociendo las consecuencias.
El tratado de Europa le otorga a Gran Bretaña dos años para negociar los términos de su salida. Pero no serán necesarios, porque todos los miembros, que se sienten engañado por la “pérfida Albión”, exigen un divorcio inmediato.
Los británicos han decidido regresar a su isla inaccesible, con su libra esterlina, su monarquía, su idioma y su preciada soberanía (“el hogar de un hombre es su castillo”).