Agustín Basave
A Sergio Aguayo, con mi solidaridad.
Las elecciones del 5 de junio nos dejaron dos buenas nuevas. La primera es que somos muchos los mexicanos que aún confiamos en el voto como instrumento de cambio y en los partidos políticos —pese a sus ostensibles deficiencias— como vehículos para llevar al poder a nuestros representantes. La segunda es que la idea de que “todos los partidos son iguales” no ha convencido a la mayoría de los electores, que se ha dado cuenta de que el PRI es la peor opción para México.
Para que esas noticias se traduzcan en la reanudación de nuestra transición democrática, sin embargo, es necesario que ocurran varias cosas. La Suprema Corte y el Senado tienen que procesar meritocráticamente la renovación de los magistrados del Tribunal Electoral del PJF; un Tribunal de cuotas partidistas sometido a los afanes autoritarios del PRI-gobierno puede dar al traste con todo. Además, la Fiscalía General y la Fiscalía anticorrupción deben quedar en manos de personas capaces de ejercer cabalmente la autonomía de estas instituciones. Incluyo el tema de la procuración de justicia en el horizonte de la democracia porque estoy convencido de que, si bien los resultados electorales tienen una explicación multifactorial, el factótum fue la corrupción. La posibilidad de redimir a nuestro país por una vía pacífica, legal e institucional, pasa por ganar la credibilidad ciudadana en torno a una extirpación eficaz del tumor canceroso mexicano. Si persiste la impunidad no habrá manera de mantener la oleada antisistémica en su actual condición minoritaria.
Ahora bien, los partidos políticos tienen la obligación de depurarse. Por lo que toca al PRD, hay que corregir un diagnóstico. Sostener que la identidad del perredismo se ha desdibujado por culpa del aliancismo y que aliarse con el PAN lo ha vuelto menos competitivo es soslayar los dos estigmas perredistas: la corrupción y la subordinación al gobierno. A mí me queda claro que una buena parte del voto duro de la izquierda se fue con López Obrador cuando surgió Morena, pero ¿de veras hay quien crea que el voto blando, el de los switchers, disminuye por las alianzas? Es evidente que el PRD no se ha recuperado del golpe de Iguala y de los subproductos dañinos del Pacto por México, y que la principal causa de su debilitamiento electoral es tener gobernantes y dirigentes corruptos y ser percibido como aliado del presidente con la aprobación más baja en la historia de este país es. Si bien el debate sobre la disyuntiva del perredismo de aliarse con las izquierdas o construir un frente amplio opositor es más que pertinente, la apuesta de ir solo en las circunstancias del presente y del futuro previsible me parece tan perjudicial para el PRD como benéfica para el PRI.
Hablo de circunstancias porque diseñar una estrategia política ignorándolas es un grave error. Lo que sugerí en mi “libro amarillo”, por cierto, responde al contexto en que está inmerso el partido. Es demagogia tribal decir que, de realizarse, mis propuestas para fortalecer la Presidencia del CEN harían al PRD tan autoritario como Morena o el PRI. Si eso que algunos llaman “dirección colectiva” —que en realidad refleja la entronización de los jefes de las corrientes— en condiciones ordinarias es nocivo, en las condiciones críticas que atravesamos es suicida: toda organización dota a su líder de poderes excepcionales para enfrentar tiempos de crisis (felicito a Alejandra Barrales y le deseo el mayor de los éxitos como presidenta perredista, pero creo que ella también padecerá las limitaciones estatutarias del cargo). Por lo demás, no hay ningún “error teórico” en hablar de gobernabilidad en un partido político. ¿Error de acuerdo a cuál teoría o al purismo de quién? Gobernar es regir, guiar, dirigir, y hacerlo democráticamente es la tarea del presidente de un partido. El verbo gobernar y sus vocablos derivados se aplican en el lenguaje académico de hoy lo mismo a países que a pequeños municipios (cuyos habitantes se pueden ir todos a otra parte), e incluso a corporaciones.
En fin, hay más cosas que hacer para reanudar la transición mexicana, desde luego. Pero el nombre del juego es revertir la restauración autoritaria para evitar que corrompa irreversiblemente a nuestra precaria democracia.
@abasave