Emilio Lezama
¿Qué sucede cuando el mundo de lo real y el mundo de lo virtual se entrelazan? Pokemon Go plantea varias respuestas. Por un lado lo virtual reduce la realidad a un elemento de segundo plano; un escenario de juego. Por el otro, el individuo es forzado a entrar a ese escenario y con ello involuntariamente a la realidad. La paradoja se escribe sola.
El fenómeno tiene un nombre en el mundo de la tecnología: “realidad aumentada”; en el mundo del pensamiento este nombre es engañoso. En estos juegos, la realidad no es aumentada sino acotada. La “realidad disminuida” puede carecer de sex appeal como concepto, pero describe mejor el desarrollo de tecnologías que buscan insertar lo virtual en el mundo de lo palpable. Ante ello lanzo una pregunta importante. ¿Qué implicaciones tienen estos juegos en la realidad?
La respuesta sucede en varios niveles. El primero es la objetivización de nuestro contacto con el entorno. Al interponer la cámara entre nosotros y el mundo se impone una distancia que nos aleja de lo que nos rodea. El jugador de Pokemon Go es el nuevo aventurero interoceánico; para entender el entorno, depende del objeto; de la brújula a la pantalla del celular los aventureros construyen una relación con el objeto como intermediación ante la realidad. Existe sin embargo una diferencia: al final del viaje Pokemon no existe otro mundo; donde la batería del celular se acaba, el mundo recomienza; su reaparición suele ser decepcionante: ¿para qué regresar a un sin animaloides que se esconden en él? Los ambientalistas responderían que alguna vez los hubo; pero salimos en borbotones a cazarlos ¿Sufrirá la misma suerte la pokebiodiversidad?
En un segundo plano, la realidad es distorsionada: ¿qué hay detrás del Pikachu que invade el área de visión de mi cámara? Esto no es menor, una campaña ha usado pokemones para llamar la atención sobre conflicto sirio. Las imágenes de estos monstruos han sido puestas frente a niños que sufren las consecuencias de esta tragedia. ¿Qué se esconde detrás de una mancha de virtualidad? Por un hueco en el campo de visión se puede escapar la esencia misma de la realidad. Los pokemones no son responsables de lo que sucede en Siria, pero la metáfora es muy simbólica de nuestro mundo contemporáneo: el frenesí por el avance tecnológico trae consigo puntos ciegos.
Las aplicaciones como Pokemon Go involucran una relación con lo que llamamos el mundo real diferente a la de los videojuegos tradicionales. Si los videojuegos se asumen al margen de ella, juegos como Pokemon se insertan directamente en su lógica, buscan como objetivo mimetizarse con ella. Al hacerlo crean un espacio de intermediación con un potencial interesante; la creación de un espacio público de lo virtual. Finalmente, la reducción de la realidad puede traer consecuencias insospechadas; muchas de ellas no son del todo deleznables. De hecho la paradoja hacia el futuro pinta muy interesante: ¿cómo hacer que aplicaciones disminuidoras de la realidad acaben propulsando la interacción del usuario con su entorno? No se trata para nada de algo imposible o contradictorio.
Algunas ciudades han emprendido campañas de transporte, seguridad, inclusión y limpieza alrededor de este nuevo fenómeno que está sacando a miles de personas de sus casas. Las tecnologías de “realidad disminuida” pueden convertirse en un canal para construir políticas, acciones y corrientes de pensamiento que aumenten los insumos de la realidad. Una parte fundamental de la construcción de libertad, democracia y ciudadanía es la apropiación del espacio público; de ahí nacen exigencias, reclamos y el sentido de pertenencia a una comunidad. Los millones de usuarios que han salido a las calles están un paso más cerca de convertirse en ciudadanos. Pokemon Go los ha sacado a las calles, ¿qué harán los políticos para mantenerlos ahí?
Twitter: @emiliolezama