Ganarse el derecho
Guillermo Fadanelli
Todavía sin saber hacia dónde camina este breve escrito voy a transcribir algo que, hace casi un cuarto de siglo, expresó Hilary Putnam durante una conferencia: “Algunas personas son moralmente inmerecedoras de derechos que no estaría bien retirarles.
Moralmente hablando, determinados derechos tendrían que ganarse.” Estas líneas de Putnam llamaron de inmediato mi atención, pues aunque creo que si uno desea obtener sustancia de un escrito hay que leerlo completo, existen algunos nudos, puntos de inflexión o momentos donde el animal literario, el reptil conceptual o el dinosaurio metafísico (les doy a escoger) abre un ojo y nos demuestra que está vivo. Y nos transmite durante cierto instante un sentimiento de miedo, verdad o incluso felicidad (“Un libro no debe requerir un esfuerzo; la felicidad no debe requerir un esfuerzo.” Borges). Sobra decir que estoy de acuerdo en que los derechos deben ganarse y si bien no soy en absoluto partidario de la pena de muerte a manos del Estado —menos en países donde la impartición de justicia es injusta—, si creo que algunas personas merecerían morir, o al menos no haber existido nunca. No es un pensamiento radical y ni siquiera es un pensamiento, sino una intuición, deseo, noción de supervivencia. En 1944, George Orwell escribió un breve ensayo acerca de los ingleses, se trata de un escrito muy delicado y creo que bien fundado y también divertido. En éste, Orwell ofrecía una descripción de los ingleses de su época, mas yo creo que su agudeza llega a tocar las fibras de los ingleses de hoy inclusive. Yo he vagado por Londres y alrededores varias veces y, según mi experiencia, la semblanza aludida no es ingrata. Orwell escribió que los ingleses era personas corteses y que carecían de sensibilidad artística, que guardaban recelo hacia los extranjeros y sufrían de un grave sentimentalismo hacia los animales.
Los ingleses odian el abuso, admiran al buen perdedor, al hombre tenaz, sin embargo son poco imaginativos, flemáticos y es difícil que pierdan la calma; son moralistas con respecto a los vicios incluido el alcohol —pese a la idea del pub como institución inglesa— y aunque no son aficionados al juego o a la prostitución aman el deporte y en general son proclives a olvidar los fracasos. En fin, el texto de Orwell fue publicado hasta 1947 y habría mucho qué discutir y reflexionar acerca de lo prudente, anacrónico o absurdo que es hablar de la existencia de un carácter nacional en épocas de zombis consumidores. No hay espacio aquí para ello, por fortuna. Pero quiero destacar dos aspectos de las opiniones de Orwell. La primera es anecdótica y dice que la idea que se tiene del inglés como un ser larguirucho de complexión alta tenía sentido en las clases adineradas pues “los miembros de la clase obrera, por norma, son bastante bajos, de extremidades cortas y movimientos rápidos, y con una tendencia entre las mujeres a ponerse rechonchas al principio de la mediana edad.” El segundo aspecto del ensayo de Orwell que me parece notable es cuando afirma varias veces que para el inglés respetar la ley es hacer el bien. “Las masas dan más o menos por sentado que ir en contra de la ley es sinónimo de estar mal.”
Es sano creer que las leyes tienen valor o sentido porque vienen en camino otras mejores y más convenientes para la vida pública. De lo contrario, podríamos ser esclavos de las malas leyes. Y en este punto casi todos tienen que hacer observaciones a normas infames de los códigos civiles que uno debe todavía respetar. Las leyes son idiotas por antonomasia y por ello las respetamos, no las veneramos. Ahora bien, me pongo a pensar en una frase como la siguiente: “Las masas en México no creen que la corrupción vaya en contra de la ley, sino que la ley va en contra de ellas, las masas,” Estaría yo siendo dramático, exagerado y muy literario. Sobre todo porque el concepto de “masa” causa ya desconfianza en los letrados, pese incluso a que hayan leído las apreciaciones sobre el tema que escribieron Ortega y Gasset, Canetti y también Jean Baudrillard.
Luego de estas distracciones (¿distracciones de qué?) termino volviendo al principio y a la frase de Hilary Putnam. Hay derechos que no nos hemos ganado y aunque sería tiránico retirarlos, es bueno estar conscientes de que muy pocos merecen habitar una ciudad puesto que la conciben, la viven y la caminan como si se tratara de una selva en que la ley posee intenciones malignas. Y tanto en la política como en los órganos impartidores de justicia, en los periódicos como en la policía, en la vida pública existen personas que no nos hemos ganado el derecho a la convivencia. No es éste el regaño de un cascarrabias, ni nada parecido (¿o será que en este momento escucho la novena sinfonía de Beethoven interpretada por la orquesta sinfónica de Londres; y que el espíritu de G. Orwell ha venido a visitarme?); no, es sólo que cada vez tengo una impresión más seria de que los “mexicanos” no nos merecemos todavía los derechos que tenemos.