Tres días de mayo
Élmer Mendoza
Las puertas de la percepción sólo se cierran para los canallas. Lástima que las demás puertas no puedan seguir su ejemplo, pensé, mientras un grupo de inspirados actores, dirigidos por Lorena Maza, convertían el tiempo en un tema afilado que calaba los huesos. Tres días de mayo de 1940, una sala de juntas, un parque y un puro flemático sacudían los recuerdos de una sala atiborrada donde pudimos ver y percibir la soledad del líder. Uno de los momentos de la historia en que un hombre, que se equivocaba con frecuencia, tuvo el acierto más importante de su vida.
La Segunda Guerra Mundial, con sus más de 60 millones de cadáveres, es la advertencia suprema que el pasado nos manda para impedir conflagraciones estúpidas donde el destino no sería otro que la fatalidad. Fue un evento que nos heredó nombres, rostros, abyecciones e imágenes de poderosa presencia en nuestra vida cotidiana. Uno de ellos es Winston Churchill, a la sazón Primer Ministro de Gran Bretaña y el responsable de que su país enfrentara a la potencia militar en que se había convertido Alemania, que a finales de 1940 había sometido a casi toda Europa. Los días 26, 27 y 28 de mayo de 1940 son determinantes en el futuro de Inglaterra y del mundo. De lo que pasó esos días en el gabinete de guerra inglés trata esta obra de Ben Brown, producida por la Sociedad Artística Sinaloense, un grupo de atrevidos impulsores de las más creativas manifestaciones culturales contemporáneas, de Culiacán, cuya directora es Leonor Quijada Franco.
El teatro Helénico es el lugar perfecto para los acertijos que produce la sensibilidad. Veo a Sergio Zurita en el papel del visionario Churchill, en una actuación magistral y desafiante, y no tengo dudas. También está Luis Miguel Lombana con toda su sapiencia para que los espectadores veamos a Chamberlain, el líder conservador que 16 días antes cediera el poder a Winston Churchill, y que reconoce que están muertos de miedo. José Carlos Rodríguez convierte a Halifax en la personalidad perfecta del contrapunto. Grandioso. Fernando Bonilla es Jock, y consigue ser el cuento del cuento en el escenario. Pedro Mira logra dar cuerpo y pensamiento a Attlee, uno de los líderes laboristas con futuro político. Miguel Conde proyecta a Greenwood, un político muy irritable pero preocupado por su pueblo. Nicolás Sotnikoff es Reynaud, el premier francés que busca ayuda porque Francia pende de un pañuelo blanco. Sorprendente. Juan Carlos Beyer crea un general Dill intenso y desconcertante. Los puros son shakesperianos. Todo se desarrolla en un contenedor concebido e iluminado por Sergio Villegas, un escenógrafo cuyas creaciones son intervenidas por sangrientos ángeles y demonios muy bien vestidos, según de donde usted admire la puesta. En la música, el talento de Jordi Bachbush es la cohesión oportuna del tiempo y la palabra. Perfecto.
Durante aproximadamente dos horas asistimos a un espacio donde estos excelentes actores nos brindan un viaje al pasado que enciende cada rostro. Todos son enérgicos en su representación y es loable la capacidad de Lorena Maza, que consiguió que esa vehemencia se moviera en una dirección: un montaje perfecto. Cada paso, cada golpe, cada gesto y todas las palabras son parte de un todo que incide en el ánimo del espectador y lo mantiene en vilo, inmerso en la trama, atento a la dinámica en el escenario. Tenía razón Ítalo Calvino cuando señaló: quién comanda la narrativa no es la voz, sino el oído; es decir, la manera en que la presencia vocálica de los personajes nos introduce en un contexto donde los espectadores somos una compañía inevitable y curiosa. Sin duda, nuestros actores no necesitaron siete días para crear un mundo, les bastaron 120 minutos de los que Marlene Dietrich les robó tres.
Es humano compartir el entusiasmo por el arte y otros misterios. Percibo que es la pretensión principal de la Sociedad Artística Sinaloense y de su más comprometido patrocinador, Agustín Coppel. En Tres días de Mayo, el autor inglés plantea que hay riesgos que vale la pena correr porque, como dijo Winston Churchill, “siempre hay una alternativa”. En el teatro Helénico de la Ciudad de México, después de ver a estos aplicados actores en escena, a usted le quedará claro que existe la posibilidad de que su peor pesadilla se convierta en el más importante de sus sueños, donde pudiera aparecer un tipo fumando puro y bebiendo whiskey sin agua. Ya me contará.