28 de Noviembre de 2024

El improbable triunfo de Trump

Pascal Beltrán del Río

 

El título de la Bitácora de hoy no es un simple deseo. El vaticinio de que es improbable que Donald Trump llegue a la Casa Blanca se basa en los datos electorales de los últimos 24 años y la composición demográfica del país, que ha llevado al Partido Demócrata a ganar el mayor número de votos en cinco de las últimas seis elecciones presidenciales.

Desde 1992, cuando Bill Clinton llegó a la Presidencia tras derrotar a George Bush, los demócratas han ganado de forma consecutiva 18 estados y el Distrito de Columbia.

La elección presidencial de Estados Unidos es indirecta. No triunfa quien se lleva la mayoría de los sufragios emitidos sino la mayoría de los 538 votos en el Colegio Electoral.

Ésta es la institución encargada de decidir quiénes se convierten en Presidente y vicepresidente de Estados Unidos. Se integra con “electores” por los que votan los ciudadanos.

Cada uno de los 50 estados del país y el territorio de la capital estadunidense tiene asignado un número de votos electorales que suman 538. Ese número sale de sumar los 435 escaños de la Cámara de Representantes, los 100 del Senado y tres adicionales, correspondientes al Distrito de Columbia.

Para llegar a la Casa Blanca, hace falta sumar al menos 270 votos electorales. Es decir, la mitad más uno, considerando que son sólo dos los partidos que dominan la política de EU desde hace siglo y medio.

Los estados que han votado mayoritariamente por el candidato presidencial demócrata en las últimas seis elecciones presidenciales le han dado a ese partido una base de 242 votos electorales.

Es decir, el aspirante presidencial demócrata sólo ha tenido que salir a buscar 28 votos electorales más para ganar.

Esos estados (y su peso en votos electorales) son los siguientes: California (55), Nueva York (29), Illinois (20), Pensilvania (20), Michigan (16), Nueva Jersey (14), Washington (12), Massachusetts (11), Wisconsin (10), Minnesota (10), Maryland (10), Connecticut (7), Oregon (7), Rhode Island (4), Maine (4), Hawái (4), Vermont (3), Delaware (3) y Distrito de Columbia (3).

Son los estados del voto duro demócrata, que pueden contrastarse con los del voto duro republicano, que son 13 y suman, todos juntos, 102 sufragios electorales, menos de la mitad de lo que suman los anteriores.

El resto de los 19 estados –que, juntos, representan 194 votos electorales– son el verdadero campo de batalla de la elección presidencial.

Pero mientras los demócratas sólo requieren ir por 28 votos electorales en esos 19 estados, los republicanos necesitan salir a pescar otros 168.

Donald Trump tendrá que hacer eso en menos de cien días. Los especialistas dicen que la forma más sencilla en que puede asegurarse los 270 votos electorales que necesita es ganando los estados de Florida, Ohio y Pensilvania.

El problema es que Florida es un estado altamente competido. En 2000, George W. Bush lo ganó con apenas 537 votos luego de un polémico recuento. Con ello, Bush se llevó los 23 votos electorales del estado y pudo superar a nivel nacional a su rival demócrata, Al Gore, por 271 a 266 y convertirse así en el cuadragésimo tercer Presidente de Estados Unidos. Sin embargo, Gore ganó la mayoría de la votación depositada en la elección por más de medio millón de sufragios.

Florida es también el estado de Jeb Bush, ex rival de Trump por la candidatura republicana, quien no se apareció en la reciente convención del partido.

Algo similar pasa en Ohio, un estado que siempre ha ganado el candidato republicano que llega a la Casa Blanca. Allí, Trump está enfrentado con el popular gobernador John Kasich, quien también fue su contrincante por la nominación republicana.

Y en el caso de Pensilvania, ningún candidato republicano a Presidente ha ganado ese estado desde que lo hizo George Bush padre en la elección presidencial de 1988.

Así que, aunque nada es imposible, sí creo que es improbable que Trump resulte ganador. Eso, si no sucede algo impensable en el terreno de la seguridad o la economía que dé un vuelco a las preferencias. O, claro, si la campaña de Hillary Clinton resulta un absoluto desastre.