José Antonio Crespo
Algo que a la izquierda en general le ha costado comprender es que sin los votos de electores apartidistas —que normalmente son moderados — no es posible ganar. El voto duro, generalmente más contestatario, no basta. El discurso dirigido a los duros les fascina a éstos, pero aleja electores moderados y apartidistas, que son los que deciden una elección. Al respecto, Andrés Manuel López Obrador muestra dos perfiles distintos en diferentes momentos. Algo así como el Dr. Jerkill y Mr. Hyde. Uno es intransigente, estridente, bíblico y poco institucional, y el otro es sensato, racional y moderado. Originalmente apareció el López Obrador activista, agitador, que tomaba pozos petroleros. Pero al asumir la dirigencia del PRD en 1997, adoptó una personalidad moderada y razonable, lo que le ayudó a ganar el DF. También durante su mandato mantuvo esa cara amable, conciliadora e institucional que le dio una gran ventaja en las encuestas hacia el 2006 (junto al gran fiasco que significó el gobierno de Fox). Lejos de mantener su perfil moderado, haberse ubicado con gran distancia en las encuestas le dio la confianza para retomar su perfil intransigente, cometiendo grandes errores que le hicieron perder dicha ventaja (muchos de sus simpatizantes apartidistas pasaron gradualmente al calderonismo, hasta llegar al empate técnico). Su destemplanza y estridencia se incrementaron después de esa elección, lo que le hizo perder aún más simpatizantes (incluso entre quienes por él habían sufragado). Y después continuó incurriendo en excentricidades como la de “Juanito” de Iztapalapa.
Pero ya en pleno proceso del 2012, por recomendación de sus asesores, reapareció su cara amable con un discurso moderado y conciliador; otorgó perdón a Felipe Calderón y pidió disculpas por su plantón de Reforma en 2006: “Ofrezco mi mano franca en señal de reconciliación, de amistad, a quien pude haber afectado en mi determinación de luchar por la democracia y la paz”, dijo. Esa retórica tuvo buenos resultados, al grado en que muchos electores que habían ya catalogado a AMLO como poco confiable, le devolvieron su respaldo y voto, por lo cual se acercó al primer lugar. Ciudadanos que de él recelaban dijeron que había cambiado. Pero la campaña amorosa inició demasiado tarde, y no le alcanzó para el triunfo (de haber pasado más tiempo, quién sabe). Desde luego, tras su derrota resurgió de inmediato su personalidad excéntrica, llevando incluso chivos y guajolotes al IFE como prueba del fraude que dijo habérsele perpetrado. Algo después, López Obrador reconoció que no se sentía cómodo —sino forzado—, con el discurso amoroso y conciliador. Y volvió a su retórica maniquea; todos menos Morena son corruptos (aunque Morena acepte esos corruptos cuando adoptan la causa de AMLO). Los que no están con él, son lacayos de la Mafia (incluyendo sus familiares). Y por ende, no podría ir en alianza con ningún partido; están podridos todos, y eso se contagia.
Pero hace algunos días, volvió López Obrador a retomar su faceta moderada y sensata (aceptando incluso explorar una alianza con el PRD, nuevo miembro de la mafia). De seguro sus asesores volvieron a convencerlo de ello, dado que dicha estrategia arrojó buenos dividendos en 2012. Además de las condiciones políticas que de por sí le abren una nueva oportunidad, esa forzada personalidad moderada podría darle nuevos votos, considerando que son muy numerosos los electores que fácilmente se dejan endilgar con ilusiones ópticas. Y ahora lo hace con más anticipación, y no de último momento. Desde luego, no sólo López Obrador, sino todos los partidos y candidatos recurren a cualquier triquiñuela y engañifa para captar electores incautos (si no, pregunten al PVEM). Adoptar el discurso moderado con más tiempo puede elevar significativamente sus probabilidades para 2018, si además logra contener sus impulsos anti-institucionales, intransigentes y bíblicos (algo nada fácil, según se vio en su defensa de la CNTE). Esta es sólo una de muchas variables que decidirán esa elección, pero puede contar, y mucho.
(Profesor del CIDE)