Ricardo Rocha
Sí. Muy probablemente en este país ya hayamos alcanzado la cifra del horror, el espanto, la vergüenza y el fracaso. Gobiernos priistas y panistas van y vienen y de cualquier modo seguimos siendo la fábrica de pobres más eficiente del planeta.
Paradójicamente, una de las razones más graves de este deterioro sistemático es que no reconocemos la pobreza. Durante todo este tiempo no nos hemos atrevido a mirarnos al espejo para asumir una realidad que ahí está: en cada una de las miles de comunidades perdidas en las sierras inhóspitas de Guerrero, Chiapas o Oaxaca, lo mismo que en cada esquina del inmenso tianguis de ciudades y pueblos. Sobrevivimos en una economía de mayoría informal que no paga impuestos, con cinco millones de analfabetas y seis millones de ninis. Peor aún, con dos millones de niños esclavos que se ven obligados a trabajar en condiciones de sobreexplotación; o padeciendo todos los días la condición aberrante de explotación sexual por parte de bandas criminales. Ese es el diagnóstico de nuestro gigantesco cuerpo social enfermo; sin embargo, nos negamos a verlo y cancelamos así cualquier posibilidad de curación.
Pero lo más absurdo es que, según nuestras autoridades, ese México no existe, no al menos con la brutalidad de los hechos. La versión oficial es que no son tantos los pobres, que el país mejora cada día y que el futuro será todavía mejor. Para intentar convencernos de esta contradicción entre realidad y ficción los subsecuentes gobiernos han venido usando un instrumento elemental que es el Método de Medición de la Pobreza, que cada uno va adecuando a su conveniencia para dar la impresión de que cada vez hay menos pobres. Las vías del engaño son dos: el cambio de criterios para determinar a los pobres extremos, a los que padecen hambre todos los días y a los pobres a secas; otra posibilidad son acciones superficiales que maquillan temporalmente la realidad, por ejemplo una embarradita de cemento al piso de una vivienda, lo que según los engañabobos ya asciende a sus moradores a un decil superior en su estatus socioeconómico.
Una patraña por el estilo —pero a niveles nunca vistos— es la que intentó perpetrar el Instituto Nacional de Estadística y Geografía con su más reciente encuesta para medir la pobreza: se trata del Módulo de Condiciones Socioeconómicas. Creada en 2008 por el Consejo Nacional para la Evolución de la Política de Desarrollo Social, Coneval, que pagó al Inegi en 2015 para levantarla y procesar la información. Pero resulta que el Inegi recién informó que los datos no son comparables con ejercicios anteriores porque “se mejoró el trabajo de campo, al encuestar a los más pobres”. Aunque sí “se puede asegurar que 11 millones de mexicanos salieron de la pobreza”. Lo cual es una afirmación a todas luces tramposa e inaceptable.
En suma, otra oportunidad perdida para impulsar la idea de la discusión e implementación de un nuevo modelo económico, que deje los viejos moldes paternalistas que ven a la pobreza como un asunto de conmiseración y no como un asunto de economía. Un modelo que tenga como eje la productividad y el mercado interno conciliándose con políticas públicas de empleo, salud, educación y preservación del medio ambiente. La posibilidad de un México nuevo, donde podamos mirar al futuro