24 de Noviembre de 2024

La (dañina) telenovela de Enrique y Angélica

Salvador Camarena

 

La esposa de Enrique puede ser amiga de quien guste y pedirle favores a quien desee. El esposo de Angélica tiene el derecho a aceptar o no que a su esposa le presten 29 mil dólares para realizar un pago de impuestos. Cosa de ellos.

La esposa del presidente de México no puede recibir favores especiales que impliquen cientos de miles de pesos (al precio del dólar en 2014 o en 2016, como gusten) sin antes recibir autorización de la Consejería Jurídica de Los Pinos.

El presidente de la República no puede aceptar que sus amigos prodiguen favores a él, a su esposa, a los hijos de ambos, a sus hermanos o a sus colaboradores que impliquen miles de dólares...

La esposa de Enrique puede tener propiedades inmobiliarias donde guste, en México, en el extranjero, es más, si quiere puede comprar una parcela lunar, y eso no debería ser tema público. El esposo de Angélica tiene derecho a ocultar a quien desee el hecho de que a su esposa un vecino le presta un departamento contiguo al que ella tiene.

La esposa del presidente de México debe asumir que su conducta es materia de escrutinio y debate público, y que por lo mismo todos sus bienes tienen que estar no sólo en regla, sino libres de la más mínima sospecha.

El presidente de México sabe que parte de la fuerza de su liderazgo radica en la solvencia de su actuar, en la congruencia entre su decir y su hacer, y que por tanto, si su esposa recibe favores de un amigo (como el préstamo de un departamento o miles de dólares), lo mínimo que debe hacer es consignar en su declaración patrimonial y de intereses que cualquier cosa gubernamental referente a esa persona y a sus empresas representarían para el mandatario un conflicto.

Enrique y Angélica pueden elegir dedicarse a la tarea profesional que más les guste, incluso la política o los espectáculos. Y tienen derecho a ver eso sólo como un medio para obtener el necesario sustento económico, o como una realización personal, incluso como una manera de destacar en sociedad.

Quien ocupe la presidencia de la República y su pareja no pueden ver su labor profesional como una chamba, como un medio de ingreso o como un medio para escalar o mantener una posición social. Ese trabajo es, ante todo, un alto honor, uno que conlleva derechos (el más más importante: hablar a nombre de su país, representarlo, pues) y muchas obligaciones (quizá la más importante, no dañar la imagen de la nación que le encargó el mando).

Enrique y Angélica pueden enfadarse con quien pregunta por sus vidas y fortunas. Un presidente democrático y su esposa no pueden sino atender con atingencia, incluso actuar de manera proactiva ante cualquier cuestionamiento sobre la probidad de algún acto o transacción.

Enrique puede decirle a sus amigos y familia que la regó, solicitar que lo perdonen, declarar que ya entendió el error cometido, jurar enmienda. Ya será cosa de sus amigos y parientes si le creen.

El presidente de la República no puede jugarse la credibilidad con solemnes declaraciones sobre honestidad y transparencia y luego, ante revelaciones de que a su esposa le pagan (o le prestan para pagar, es lo mismo) el predial o el “depa”, mandar a su vocero a rezongar “lecciones” de periodismo.

Enrique y Angélica tenían derecho a hacer de su vida una telenovela. Pero si el primero juró honrar la Constitución, ese derecho debió haber quedado aparcado, porque “la Patria es primero”, pero para ellos no.