19 de Noviembre de 2024

El Trump de Macuspana

Raymundo Riva Palacio

 

Andrés Manuel López Obrador está en abierta ofensiva contra todos aquellos que cuestionaron su declaración 3de3 que dijeron que con 50 mil pesos al mes, con un menor como dependiente, no puede vivir. Existe la posibilidad de que López Obrador sea mantenido por su esposa, pero con 40 mil pesos mensuales de salario como investigadora, con créditos, tampoco les cuadra que esos sean los únicos ingresos de los que dispone. La defensa de López Obrador ante las críticas no es, como Barack Obama –que tanto le gusta citar en analogías– cuando cuestionaron la compra de su casa en Chicago y abrió un portal en internet con toda la documentación de la operación inmobiliaria para probar que no había ningún conflicto de interés detrás de esa adquisición. La suya ha sido, como siempre, el ataque político.

En Veracruz este domingo, López Obrador dijo que “los de la derecha, los de la mafia del poder, los del PRIAN no aceptan mi declaración de bienes, que no tiene casas ni cuentas bancarias ni tarjeta de crédito ni vehículo propio, porque ellos tienen mansiones en México y el extranjero”. Maestro en el sofisma, un día antes escribió en su página de Facebook: “Están como enchilados los políticos corruptos, cínicos e hipócritas del PRIAN, socios, achichincles y corifeos... Es sencillo: no soy como ellos”. El discurso es típico del veterano político: el contraataque retórico, virulento y sonoro para provocar a sus adversarios y llevarlos a su terreno, el de la palabra, no el de los hechos. Los arrincona para que rindan cuentas, con artificios verbales para que nadie le pida cuentas a él.

Ese método le es redituable. No hay legiones de seguidores, pagados o espontáneos más agresivos y activos en las redes sociales que los de López Obrador. Son incansables e intimidantes al grado de que en los medios de comunicación muchos de quienes escriben análisis, o se autocensuran o se vacunan expresando que no son “antipejistas”. Con López Obrador no hay puntos medios, espacios grises ni matices. Es el todo o el nada. Estás conmigo o estás contra mí. Esto no es una casualidad: es la influencia de su mensaje.

El discurso de López Obrador, que nació en Macuspana, donde se hizo evangélico, es teológico y maniqueo, donde el mundo se divide entre buenos y malos, ricos y pobres, puros e impuros. Toda su retórica es religiosa; él, en el lado de los puros, y los otros, los de la mafia del poder y quienes no le profesen lealtad en forma incondicional, en el de los impuros. Es un juego de imágenes que tiene un impacto poderoso porque la realidad del país: pobreza, desigualdad, corrupción e impunidad, está alineada con su palabra.

 

Pero que la realidad se acomode al discurso no significa que el discurso sea verdad. Hay componentes en su programa de gobierno que pueden ser discutidos y cuestionados, pero no descartados a priori. En la campaña presidencial se pasarán por ácido sus propuestas. Pero para el ideal en una campaña electoral donde se confronten las ideas y las visiones de país, el entorno no puede estar contaminado por el odio que genera un discurso excluyente y que polariza. Tenemos un ejemplo en las elecciones presidenciales en Estados Unidos, donde hay una sociedad rota por el discurso vago, una agenda políticamente “fantástica” y tácticas verbales agresivas de “patio de escuela”, como describió Jesse Andreozzi en The Hufftington Post en octubre pasado, el efecto teflón de Donald Trump.

López Obrador también está recubierto de teflón, que lo hace invulnerable a todo señalamiento e impide al elector que lo contraste. Trump vuelve a ser la referencia más cercana. En enero, cuando arrancaban las primarias en Estados Unidos, el entonces aspirante a la candidatura presidencial republicana afirmó que él “podía pararse a la mitad de la 5ª. Avenida, dispararle a cualquiera y no perdería votantes”. López Obrador, se puede argumentar, podría decir lo mismo, con los mismos resultados. La analogía se da en la forma como nadie le hizo caso a Trump en cuanto a su solidez como aspirante a la Casa Blanca, y la laxitud con la que se analiza a López Obrador.

Un estudio del profesor Thomas Patterson de Harvard, publicado por el Centro Shorenstein sobre Medios, Política y Políticas Públicas en junio, sugiere que fue la ligereza con la que trataron los medios a Trump –mucha cobertura a sus dichos y poco análisis sobre su récord– lo que lo encumbró. Trump es mentiroso y tramposo, violador de leyes y fiasco como empresario; es decir, exactamente todo lo contrario de lo que dice ser, pero su discurso apela a millones de votantes que, como en México, son más pobres, están abandonados y se sienten traicionados.

Los medios en Estados Unidos lamentan haber sido tan superficiales en su cobertura con Trump, y se han vuelto rabiosos contra él, lo que incrementa la polarización. Los medios en México tratan con respeto o miedo a López Obrador y no le exigen nada. Pedirle transparencia ahora es un deber profesional ante un candidato tan poderoso como López Obrador. Conminarlo a que no engañe ni diga mentiras a los electores es un imperativo ético. Si López Obrador da luz a la parte más oscura de su vida, demostrará que es un contendiente serio y honesto. Si mantiene la opacidad, mal haríamos en los medios y la sociedad en dejar que se mueva con impunidad.