Raymundo Riva Palacio
La disyuntiva dos de Peña Nieto
¿Qué quiere el presidente Enrique Peña Nieto dejar como legado? ¿Qué piensa que necesita el país para el siguiente sexenio? Lo que sea, lo tiene que definir rápidamente porque su gobierno, por cuanto a administración de expectativas, está agotado. Peña Nieto no despierta el ánimo nacional salvo como blanco de todo tipo de golpes, ni ha construido un liderazgo que le ayude a salir del marasmo político en el que se encuentra. El diseño de presidencia tripartita con el que arrancó el sexenio está colapsado y los puntales que lo sostenían, los secretarios de Gobernación y de Hacienda, están enfrentados por la hegemonía del gobierno. El modelo y su personalidad –reflejo de la ausencia de un jefe que no ejerce la jefatura–, los ha llevado a posiciones excluyentes. Con dos y medio años por delante de administración, lo que vive Peña Nieto es una crisis dentro de su gobierno y tiene que darse cuenta que, o la resuelve, o lo arrastrará con ella.
En la primera parte de este texto se citó la experiencia del presidente José López Portillo, que despidió a sus secretarios de Hacienda y de Programación y Presupuesto cuando chocaron sobre la política económica, cuyo resultado alteró la sucesión presidencial de 1982 y el rumbo del país. Despedir hoy en día a los secretarios Miguel Ángel Osorio Chong, de Gobernación, o a Luis Videgaray, de Hacienda, podría hacer caminar a Peña Nieto por la misma ruta desafortunada de López Portillo, por lo que la solución tendría que ser distinta. Si quiere resolver el conflicto entre dos titanes dentro de su gobierno, tiene que optar por uno y alejar al otro del primer círculo del poder.
Peña Nieto, por lo que dice y hace, percibe las cosas muy distintas desde la burbuja en la que se encuentra. Pero lo que le urge es recuperar inmediatamente la gobernabilidad en el sur del país, y en el mediano plazo, mantener el control de la sucesión presidencial en el PRI. En el largo está el mantener a su partido en el poder que, en las condiciones actuales, no se ve posible. Estos movimientos tácticos requieren una persona que pueda concretarlos, porque si no lo logra, el segundo tercio del sexenio será una pesadilla mayor para Peña Nieto de la que ha vivido hasta ahora.
¿Quién está mejor capacitado para ayudarlo? El presidente ha marcado una inclinación clara por Videgaray en las últimas semanas, pero no ha terminado de sepultar a Osorio Chong, a quien le sigue delegando responsabilidades políticas fundamentales. Sus dudas generan confusión en el interior del gabinete, e incertidumbre en el exterior, donde los capitales y los inversionistas, mexicanos y extranjeros, no ven rumbo. El tiempo se le agota al presidente, pese a que apenas va a la mitad de su gobierno. La razón del por qué urge esa decisión es por la forma como desaprovechó las oportunidades que se le presentaron en la mitad del sexenio, donde nunca pudo administrar las expectativas –fundamental para un gobierno–, y su gestión gubernamental se volvió cada vez más tortuosa, más enredada con actos de corrupción y conflictos de intereses, y en un entorno internacional desfavorable.
La disyuntiva es entre Osorio Chong y Videgaray para superar la partición del gabinete en dos bloques de lealtades y dejar de cruzar a Hacienda en temas de gobernabilidad, y a Gobernación en decisiones económicas para apagar fuegos. Peña Nieto necesita reconstruir la cohesión donde antes dividió el poder, y restituir el mando único en la conducción del gobierno. Su decisión no debería ser a partir de sus querencias, debilidades o dependencias, sino sobre escenarios: ¿es la gobernabilidad del país lo que se requiere para la próxima administración? Si es así, ¿es Osorio Chong la persona indicada para conducir la nave? O, ¿es la economía y el apuntalamiento de sus reformas lo que necesita como legado? ¿Es Videgaray quien reúne el consenso para conducir este barco?
La decisión para Peña Nieto es complicada, porque su espíritu responde más a lealtades que a resultados, y el cariño por sus colaboradores ha sido más fuerte y determinante, que la eficiencia y resultados. Peña Nieto, se ha señalado en este espacio, es más amigo de sus amigos que sus amigos de él. Ante los fracasos no renuncian, y cuando lo han llegado a hacer él no los deja, porque considera que es injusto.
Ese círculo vicioso lo ha llevado a ir sistemáticamente cayendo en la desaprobación de su gobierno y perdiendo cada vez más liderazgo y capacidad de movimiento. “El presidente necesita dar un golpe de timón”, dijo un secretario de Estado que ha puesto sobre la mesa presidencial su renuncia. Sin embargo, el golpe de timón no tendría ningún efecto si no involucra a uno de los dos pilares del gabinete y, particularmente, si no implica una redefinición del rumbo y un reagrupamiento para 2018.
Cualquier decisión que tome Peña Nieto sobre Osorio Chong o Videgaray le ayudará a oxigenar su gobierno y a restaurarle fuerza a su poder presidencial. Será doloroso, como reveló el presidente López Portillo cuando recordó la renuncia simultánea de sus secretarios de Hacienda y de Programación y Presupuesto, pero a diferencia de él, no tendría que deshacerse de sus dos pilares, sino de uno solo. Peña Nieto decidirá a quién le corta la cabeza.