Meade, en el mar de los Sargazos
Cuando el año pasado pregunté a José Antonio Meade si su nombramiento como titular de la Sedesol lo había llevado a establecer un récord en la política mexicana –por haber ocupado cuatro secretarías de Estado en dos sexenios distintos– se sonrojó un poco y me dijo que esa marca era de Plutarco Elías Calles.
En efecto, el fundador del PRI fue seis veces secretario en cinco dependencias distintas (Industria, Gobernación, Educación, Guerra y Marina y Hacienda) con cinco presidentes de la República (Venustiano Carranza, Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez).
La diferencia entre Plutarco Elías Calles y Meade es que aquél se nombró a sí mismo secretario en los dos últimos de esos gobiernos, pues era el Jefe Máximo de la Revolución Mexicana y a ellos, por decirlo sin rodeos, él los había puesto.
Meade, en cambio, ha sabido construir una trayectoria de funcionario público a lo largo de cuatro sexenios (los de Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto) y ha sido secretario de Estado con un Presidente surgido del PAN y otro del PRI, todo lo cual es nada fácil de hacer.
Más aún, Meade, como se vio el miércoles, ha cruzado por el pantano de la política sin dar elementos a sus rivales políticos para descalificarlo. Tanto en el PAN como en el PRI se habla de él con respeto, y en la izquierda no han surgido grandes críticas pese a que le ha tocado estar en puestos relevantes en momentos clave.
Hoy es, nuevamente, secretario de Hacienda y quizá esté frente al mayor reto que ha tenido. La economía mexicana, a la que tocará cuidar, está en una situación delicada. No tanto por su falta de logros, que los tiene, sino también por las dudas que genera la trayectoria de algunos de sus indicadores.
Los que vienen serán meses en los que Meade tendrá que echar mano de su experiencia acumulada y poner oídos sordos a los cantos de sirena que querrán que se distraiga con la sucesión presidencial.
El propio miércoles por la noche, el senador Ernesto Cordero, a quien Meade sucedió en la Secretaría de Hacienda, me dijo, a pregunta expresa, que éste debería dedicarse a su nuevo trabajo y no pensar en la contienda electoral de 2018.
Creo que es inevitable que Meade sea encartado como aspirante presidencial pero, si es que tiene ganas de alcanzar la candidatura, lo mejor que puede hacer es realizar bien su trabajo.
Ésa ha sido la clave de su ascenso: haber apostado por un buen desempeño antes que por la grilla. Por ello, no habría razón para dejar de hacerlo.
El camino hacia Los Pinos es azaroso. Lo que le sucedió a Luis Videgaray, uno de los dos pilares de este gobierno, era difícil de imaginar. No sabemos qué pueda pasar con el resto de los aspirantes en el campo del oficialismo que, hoy por hoy, están encabezados por Miguel Ángel Osorio Chong, porque es quien mejor aparece en las encuestas.
En la mitología griega, las sirenas llevaban a los barcos a encallar porque atraían con sus hermosas voces a los marineros. La moraleja es que las distracciones cuestan caro, más cuando se tiene la responsabilidad de conducir una nave por aguas embravecidas o engañosamente calmas.
Los cantos de sirena que seguramente escuchará Meade en este trayecto no sólo serán las de los amigos que querrán aconsejarlo para que se defina en torno de la sucesión presidencial, sino además las de los políticos que no querrán que el cuidado de los cimientos de la economía estorben los planes para retener la gubernatura del Estado de México el año entrante, un asunto de vida o muerte para el PRI.
Pero si Meade ha de tener futuro, será, como siempre ha sido para él, haciendo bien su trabajo y manteniendo a raya las tentaciones.
Debe saber que cualquier asomo de un mal manejo de recursos públicos, por parte de él o de su equipo, aparecería de inmediato en los radares. Y que su éxito en la política ha sido no sólo por su capacidad de adaptación y aprendizaje en las tareas encomendadas, sino también porque no hay visos de actos de corrupción en sus dos décadas de servicio público.