Hombre de bien
Margarito Escudero Luis
Cada mañana una nueva esperanza llega junto con el amanecer, los primeros rayos del sol traen consigo la ventaja de estar ante un día inédito, que se irá llenado con cada una de nuestras actividades y se debe tener cuidado de no llenarlo con rutinas aburridas.
Por eso, a partir de hoy digo que soy el ser más importante del día, el que tiene muchas cosas por hacer, quien tiene para sí solo el amanecer y para ir inventando las cosas que llenarán la historia de este día, que en alguna ocasión contarán los nietos, como la hazaña del héroe aquel que fundó su familia.
Hablar en primera persona será de ahora en adelante el pan diario, yo como centro del Universo, como único e irrepetible que se da a la tarea de construir la vida con todos los elementos que están ahí, para todos y que basta sólo con estirar la mano y tomarlos, porque así es la naturaleza, simple, pura y para todos.
Son los humanos quienes han complicado la simpleza de vivir, llenando de rutinas y obligaciones cada hora, cada día y los meses y los años y hemos atiborrado de problemas la existencia, como si esa fuera la misión de los hombres, complicar todo para parecer inteligentes y audaces, para sentirnos como los amos de la Creación, para llenarnos de presunción, de vanidad y orgullo.
Para presumir ante otros humanos los avances de la tecnología, esa con la que ahora me dirijo a todos, para revelar los secretos que la naturaleza nos ha dado, para utilizarlos en beneficio de la frivolidad y la banalidad. Así estamos viviendo, creyendo que se puede vivir en paz y que hay cosas que tienen más valor que el dinero, el poderoso caballero que compra conciencias, dignidades y orgullos, valores puestos al mejor postor.
Por eso, soñador me dicen, iluso.
Gente que no pasa más allá de sus ensoñaciones y que no produce más que problemas y deudas.
Soñador me han llamado.
Vivo sumergido en palabras, ideas y proyectos inconclusos, pero llenando cada día mi espacio con la seguridad de vivir con tranquilidad.
Soy como la garza de Nervo que transita por el lodo sin manchar sus blancas plumas, como los versos tristes de Neruda ante la noche estrellada.
Cada paso va lleno de trabajo, esfuerzo sacado del hálito divino dado desde primer instante de mi existencia.
Mi rumbo es hacia la luz, que no se ve sino hasta el momento mismo de entregar cuentas finales, por eso procuro ir lo más ligero posible, sin lastres, sin cola exagerada, con mis logros bajo el brazo, con los daños causados a los demás, para que el gran Juez determine si he sido un hombre de bien.
También cargo heridas y cicatrices, golpes bajos, traiciones, magulladuras que se van recogiendo en el tránsito vivencial que, a pesar de los esfuerzos por hacer las cosas “bien”, otras voluntades decidieron entorpecer, lastimar, ofender… pues no vamos solos en esta aventura de vivir y de morir.
Nos rodean los demás y entre ellos van quienes serán compañeros, amigos, enemigos, familiares; allí se encuentra con quien se junta la simiente para contribuir a conservar esta especie de seres humanos.
Y muchos de esos seres señalan con índice de fuego, se erigen en jueces, en críticos implacables, en verdugos.
Decidirán sin consentimiento qué hacer con tu vida o como sacarte del camino, o como cerrarte los ojos.
También hay quien verá la forma de que se vaya bien, dan ayuda de todo tipo, ofrecen lo mejor de sí para que otro pueda vivir sin tanto sobresalto.
Hay héroes y villanos, buenos y malos.
Y aquellos que muestran el camino e indican la ruta que dará bienestar total, son los imprescindibles que Bertold Brecht menciona.
Cada quien decide el rumbo que llevará durante el resto de su vida, todos queremos estar en el equipo de los triunfadores y pareciera que no hay espacio para todos.
Cuando esa percepción cunde, es señal de peligro, pues quien así lo sienta comenzará a sembrar la semilla de la discordia, de la separación.
Llamará a los valores negativos, esos que llenan de zozobra el alma y los hará sus aliados.
Todo forma parte de la vida, nunca se pueden atender todos los frentes, así de pronto, aparece ante los ojos el ser que subyuga y no se le ve el veneno que mata.
Pero es la vida, vivirla es el gozo más grande que se haya dado a los hombres y mujeres.
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