El PRI, entre la derrota y la resurrección
Pablo Hiriart
El PRI llega a su Asamblea Nacional con cinco millones de votantes menos de los que tuvo en las presidenciales de 2012.
Algo hicieron muy mal para encontrarse en la antesala de la derrota y de su nueva salida de Los Pinos.
En el eje de su decadencia está la arrogancia con la que empezaron a gobernar.
Desdeñaron a los intelectuales, a los empresarios, a los comunicadores. Ningunearon a los militantes de su propio partido.
A los sectores populares, donde está la principal nutriente de los votos priistas, les dieron dinero, pero no les dieron la mano.
La sociedad terminó de descomponerse por la ausencia de una política social incluyente, activa, que organizara a las comunidades en torno a objetivos y valores.
En lugar de sentirse orgullosos partícipes de un proyecto, los pobres fueron relegados a una mera estadística, y a sus cuentas llega una ayuda mensual. ¿Se entiende la diferencia? Ahí está todo el problema. O casi todo.
Al presidente lo encerraron en Los Pinos o en auditorios controlados y le cortaron su principal cualidad política: la facilidad de conectar con la gente.
Por el contrario, con esa lejanía y rigidez en el ejercicio del mandato lo hicieron odioso para la mayoría de la población.
Fallaron en economía en la primera mitad del sexenio. Los priistas recibieron un país que crecía al 4 por ciento y el primer año del gobierno lo bajaron a 1.36 por ciento.
Apretaron el gasto público sin pagar a proveedores y trataron mal a los representantes del sector privado.
La deuda en el sexenio anterior creció 7 puntos del PIB, y en la presente administración subió casi el doble, al grado de estar “en el límite de lo tolerable”, como expresó en su momento el Banco de México.
Tuvieron, en los dos primeros años del sexenio, bonanza con los precios del petróleo... y llegaron los recortes presupuestales.
¿Qué pasó? Se equivocaron en algo, y apenas el gobierno se está recuperando de esos errores.
Fallaron en seguridad. El Estado de México es un desastre. Sólo ahí perdieron un millón de votantes.
Y no era sólo un problema de “coordinación” con los estados, sino algo más profundo como para que a estas alturas del sexenio tengamos índices de criminalidad que son similares o peores que en el gobierno anterior.
El tema de la inseguridad también es económico, por la gran desigualdad. Y de política social, por su ausencia.
La gran obra de este gobierno han sido las reformas estructurales, y no se le reconoce. Al contrario, la maquinaria de propaganda populista ha logrado que las reformas sean un factor de desaprobación hacia el presidente.
El gobierno perdió la batalla contra el populismo en los medios de comunicación, porque no tuvo aliados suficientes para darla.
Van 14 o 15 ex gobernadores presos, procesados o prófugos, y se toma a este gobierno como sinónimo de impunidad.
Cada vez que atrapan a un pez gordo no hay reconocimiento a la tarea hecha, sino que escandaliza lo corrupto de los que atrapan a los corruptos. Algo hicieron mal para que exista esa percepción.
Ahora bien, ¿todo lo anterior implica que el PRI tenga perdida la elección presidencial del próximo año?
Desde luego que no. Para ser precisos: no necesariamente.
Se han hecho cosas positivas en esta administración, y a pesar de lo ominoso del panorama con el nuevo presidente de Estados Unidos, la economía mejora, las exportaciones crecen, el consumo también, el turismo va que vuela, el peso repuntó y se ha mantenido una actitud digna ante Donald Trump.
Si en el último tramo del sexenio logran articular una narrativa que haga ver lo positivo de la administración, aunque los resultados se cosechen en los siguientes años…
Y si sacan un buen candidato…
Twitter: @PabloHiriart