29 de Septiembre de 2024

Candidatos ciudadanos

Jorge Islas

 

No es privativo de México, es un fenómeno mundial que recorre a todas las democracias occidentales. Tanto los partidos como los actores políticos tradicionales, tienen mala imagen y generan una enorme desconfianza ante los ciudadanos comunes.

Esto explica de alguna manera el desinterés de nuevas generaciones en la cosa pública, los bajos niveles de votación y la elección de personajes populares, pero ajenos a la política tradicional, en cargos relevantes del poder público, como es el caso del actual presidente de Guatemala, que antes de ocupar la primera magistratura se dedicaba a ser cómico en la televisión. En Italia, fue Berlusconi, un empresario polémico de los medios de comunicación. En nuestro caso, tenemos variados ejemplos que van desde ex futbolistas hasta locutores.

En las democracias todo ciudadano tiene el mismo derecho a gobernar, pero ciertamente al elegir a la persona incorrecta, se corren riesgos innecesarios, que algunos electores han decidido tomar antes de mantener a una clase política decadente que no está dispuesta a cambiar sus privilegios por nada, salvo que el voto popular los remueva de sus aposentos.

Sea por corrupción, abuso de autoridad, incompetencia, demagogia o mediocridad, no hay clase política que se salve de escándalos y excesos que en la era de las redes sociales y la sociedad del espectáculo son imperdonables. Esto explica parcialmente, por qué hay liderazgos emergentes, como el de Trump en EU y Macron en Francia. Por supuesto, en ambos casos hay enormes diferencias, pero sí coinciden en una cosa, al haber logrado el favor del voto popular, por medio del sufragio antisistema. Un voto emocional, pasional y de hartazgo en contra de la política y los políticos tradicionales.

En México, el voto antisistema se ha manifestado en diversas elecciones, tanto federales como estatales y municipales. Esto sucedió hasta en las mejores épocas del viejo régimen. En los años 50, el doctor Salvador Nava fue el primer presidente municipal independiente en San Luis Potosí, al haberle ganado al candidato del PRI y protegido del legendario Gonzalo N. Santos. En épocas más recientes, la elección del año 2000, con Vicente Fox como candidato opositor, cortó con 70 años ininterrumpidos del PRI en la Presidencia. La última elección estatal en Nuevo León, en donde El Bronco resultó electo como gobernador independiente, fue producto de una buena campaña en las redes sociales, pero sobre todo, se depositó un voto en contra del mal gobierno que dejaba el ex gobernador Rodrigo Medina. En todos los casos hubo candidatos independientes antisistema.

Ante esta realidad, y para volverse más competitivos en las elecciones, los partidos nacionales están optando por ofrecer a ciudadanos con prestigio y con buena fama pública la posibilidad de ser sus candidatos a cargos de elección popular. En el PRI ya abrieron esta posibilidad incluso para posibles candidatos que jamás hayan tenido vínculo alguno con su ideología ni con su ideario político, tan sólo se requiere ser simpatizante y asumir el compromiso de respetar sus documentos básicos. Esto es únicamente la formalidad, porque supongo que una candidatura de esta magnitud requiere de otros acuerdos y consensos entre los principales grupos de poder que ya han aceptado apoyar eventualmente a una persona que no tiene apegos ni arraigos con un partido político.

¿Esto es bueno para la democracia? ¿Para el sistema de partidos? ¿Para la gobernabilidad ante la alta fragmentación del voto? Es bueno para los partidos, porque les permite tener eventualmente un candidato competitivo y poco objetado, pero no alcanzo a observar en qué puede beneficiar a la gobernabilidad, lo cual deja en suspenso las acciones y decisiones que habrá de tomar un futuro presidente en caso de no contar con los apoyos mínimos que requiere para gobernar con el apoyo de un Congreso opositor, como seguramente le sucederá al futuro presidente, sea quien sea.

Un ciudadano en el poder, al tener menos arraigos que los políticos, bien puede impulsar las reformas que la sociedad demanda, antes que la de los partidos. ¿Por qué no?