25 de Febrero de 2025

EN TERCERA PERSONA

MORIR EN CASA

HÉCTOR DE MAULEÓN

“Prácticamente no hay lugar ni en

los hospitales públicos, ni en privados”

Es otra historia. Finalmente, una historia más.

El 8 de diciembre de 2020, a las 19:10, Olga retuiteó un mensaje del presidente López Obrador y de la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum: “Vamos a ampliar el número de camas, equipos, doctores, enfermeras, para que a nadie le falte la atención médica y de calidad”.

Y comentó: “¿De qué sirve @Claudiashein @lopezobrador_ @HLGatell que [los enfermos] vayan a los hospitales y clínicas si están saturados? No hubo lugar para mi papá. Hoy ya descansa en paz”.

El 30 de noviembre la Ciudad de México rebasó el límite de hospitalizaciones por Covid-19 que estableció el gobierno de Claudia Sheinbaum para regresar al semáforo rojo. El 24 de julio, la jefa de gobierno había afirmado que, si llegaban a ocuparse 5 mil 127 camas en la Zona Metropolitana del Valle de México, la ciudad entraría nuevamente en dicho semáforo y tendría que permanecer así durante varias semanas.

El 30 se informó que había ya 5,174 camas ocupadas, de las cuales 3 mil 838 correspondían a la Ciudad de México. Aunque la jefa de Gobierno modificó su opinión, y dijo que para mover el semáforo había, además del número de camas, otros indicadores, en los sucesivos mensajes que envió a la población no pudo ocultar la urgencia, la preocupación inmensa que la aquejaba.

La ciudad llevaba casi un mes sin que bajara de tres mil el número de hospitalizados y casi diez días con 900 intubados, cifra que no había regresado desde junio. Había 211 mil 007 contagios reportados y 17 mil 686 defunciones por COVID-19.

Detrás de esos números había historias. Tragedias y vidas.

El arquitecto Jorge Murguía, de 82 años, se enfermó en esos días en que repuntaban los contagios. Había pasado nueve meses en confinamiento casi absoluto: solo iba al IMSS por medicinas (tenía antecedentes de cáncer) y la única salida de la familia era estrictamente al súper, para comprar comida. El virus lo atrapó a él, a su esposa y a una de sus hijas. Ellas tuvieron síntomas fuertes. Él parecía asintómatico.

Tuvieron asesoría médica virtual y se apegaron a los protocolos del caso.

De un día para otro la oxigenación del arquitecto bajó drásticamente “y todo se vino como un tsunami”. La familia llamó al 911 el sábado 5 de diciembre. Llegó una ambulancia cuenta Olga: “Nos dijeron desde el principio que no había lugares y que el traslado dependía de que algo se desocupara”.

Los paramédicos entraron a valorar al arquitecto en tanto Olga se quedaba en la calle, imposibilitada de entrar a ver a su padre.

Los paramédicos le plantearon al arquitecto “un panorama terrible, lo asustaron, le dijeron que si se lo llevaban no iba a tener oxígeno porque en los hospitales no hay para todos, que rolan el cilindro entre los pacientes y que hay un doctor por cada 15 personas, que no hay medicamento, que no se dan abasto”.