Por Karime Macías Tubilla
Hay, aparte de las huellas dactilares, una huella relativamente nueva que deja un rastro mucho más revelador.
Hace 25 años Internet llevaba ya 20 años de existir, lo que no existía era la Red. Apenas en 1991 se crea la Web, labor hecha por el científico inglés Tim Berners-Lee, quien un poco más tarde crea también la world wide web (www).
En esa primera década de existencia, la web estuvo dominada por los sabios de la tecnología o por organizaciones con personas especializadas que nos proveían de contenido.
Con el surgimiento de las redes sociales, a principios de este milenio, lo anterior ha quedado atrás y ahora la gran mayoría del contenido con el que convivimos es subido a la web por personas comunes y corrientes que utilizan plataformas como Facebook, Twitter o YouTube para subir información, para comentarla y compartirla.
Facebook resulta un ejemplo ilustrativo. La mitad de las personas que utilizan la web son usuarios de esta red social. Alrededor de 1200 millones de usuarios pueden crear una personalidad y compartir contenido en esta plataforma, y la gente responde ante esta oportunidad compartiendo una enorme cantidad de información personal.
Por otro lado, hay equipos especializados en encontrar los patrones de comportamiento de los usuarios de las redes sociales. Estos patrones de comportamiento se utilizan para medir preferencias políticas, preferencias de consumo, comportamientos, nivel de inteligencia, pueden incluso predecir si eres alcohólico o si eres usuario de alguna droga o bien, datos demográficos generales aprovechando la cantidad de información que de manera voluntaria los usuarios están compartiendo y que nunca en la historia se habían tenido.
La gran mayoría de los usuarios desconocen que lo que suben a sus redes y su comportamiento en ellas deja una huella digital indeleble que va delineando su personalidad digital.
Esto tiene muchas implicaciones. Por decir una sola, los algoritmos de Google, Yahoo o Facebook utilizan estas preferencias para ir presentando o discriminando determinada información en cada búsqueda. De tal forma que los resultados de búsqueda pueden ser totalmente distintos para dos personas que busquen exactamente lo mismo.
En cuestiones menos técnicas, ¿se han puesto a pensar todo lo que una foto compartida en Facebook le revela a un personaje desconocido, con buenas o malas intenciones, acerca de nuestro estilo de vida?
Es un tema inmenso como el océano. Un océano de información que nosotros mismos estamos proporcionando. El debate, que apenas está en pañales, va desde crear una Carta Magna para Internet (como ha sugerido el propio Tim Berners-Lee la semana pasada en Brasil) hasta advertir en Facebook acerca de las implicaciones que tiene para el usuario darle “like” a una publicación.
Por lo pronto lo que hay que hacer es educarnos en el tema, checar con cuidado que las fuentes de información que utilizamos son confiables, y utilizar de manera responsable nuestras redes sociales.
Habrá que mejorar la forma en la que interactuamos en las redes sociales pues poco a poco nuestro perfil digital será cada vez más importante.
La onceava huella digital, nuestra personalidad online, debe ser igual de importante que las otras 10 huellas digitales de cada uno de los dedos de nuestras manos.