La vida inútil de Emilio Trinidad
Ángel Álvaro
Se ha pasado toda la vida tratando de convencerse de que no es un mediocre y no lo ha logrado. Siempre tuvo cargos públicos gracias a que le daban el espacio como cortesía a la amistad con su padre, porque no es difícil darse cuenta de que el hijo muestra corta inteligencia y una gran autoestima que raya en la soberbia.
Ángel Trinidad Ferreira tiene muchos amigos, su sencillez era el primer puente para mantener una larga conversación que conduciría a una estrecha amistad. Consciente del momento que vivía, no confundía intereses personales con vida profesional y esto le valió no sólo amigos sino reconocimientos, como el Premio Nacional de Periodismo, entre otros muchos.
Lo mismo escribía una de las más importantes columnas políticas del país que conducía un programa de televisión o hablaba en la radio sobre una visión que nadie le arrebataba ni interrumpía.
Ángel abandonó los estudios de ingeniería para dedicarse a una vocación que le distinguía y honraba: el periodismo. Ahí se hizo amigo de todos, profesional como pocos en tiempos difíciles, narraba y asombraba al lector en su columna “Frentes Políticos” de Excélsior, que dirigía Julio Scherer, y con quien salió de ese gran periódico.
La labor profesional de Ángel Trinidad lo mantuvo cerca de los presidentes de la República, desde Adolfo Ruiz Cortines hasta Andrés Manuel López Obrador. Su capacidad para interpretar la política, su manera de entender el discurso de los políticos, su intuición sobre el futuro de la administración pública, fueron sólo algunos de los factores que lo colocaron como un columnista cuya lectura era obligada para entender la historia contemporánea de México.
Valiente como pocos para la denuncia de corruptelas, pero también firme a la hora de mostrar el valor de los mexicanos dentro y fuera de la administración pública. Impecable en sus juicios y objetivo en sus criterios. Su presencia en los medios significó un referente obligado para estar realmente informado.
Siempre generoso no podía dejar de serlo con su propia familia, donde no siempre salieron las cosas como él hubiera deseado, porque su hijo Ángel José Trinidad Zaldívar, heredero de su inteligencia y talento, ha llegado a ser jefe de la Unidad de Transparencia, Sistemas e Información de la propia Auditoria Superior, por méritos propios, digno sucesor de mi gran amigo Ángel.
Sin embargo, otro de sus hijos, Emilio, pareciera no caber en ningún lugar. Su soberbia le impide ser visto con simpatía, y su corta inteligencia lo ha forzado a brincar de un puesto a otro sin lograr consolidarse en ninguno de los cargos asignados, siempre recomendado por los amigos de su padre. Es decir, por los miembros de una generación de políticos y periodistas a los que en el libro que
acaba de escribir no vacila en faltarles al respeto con el pretexto de aclarar una historia donde sólo luce su vanidad y su protagonismo.
Emilio Trinidad Zaldívar fue apoyado por un sinnúmero de amigos de su padre para que obtuviera trabajos de cierto nivel, y esto me incluye a mí, que lo coloqué en la Dirección de Información y Difusión de la Lotería Nacional en el sexenio del expresidente Carlos Salinas de Gortari, puesto que por falta de atención y conocimiento debió dejar a los pocos meses. Y así ha sucedido con una larga lista de empleos de donde ha sido despedido por incapacidad, además de por prepotente y altanero.
Amparado en la figura de su padre ha sido catedrático, director de Comunicación Social, columnista, director editorial, le ha llevado la prensa hasta al grupo de egresados de la Facultad de Derecho de la UNAM, con los mismos resultados, la mediocridad como constante en una vida que se antoja inútil; y nadie duda en afirmar que si alguien le ha hecho daño a la imagen de su padre ha sido Emilio Trinidad Zaldívar.