Irma Eréndira: derrota de los halcones
ROBERTO ROCK
La caída de Irma Eréndira Sandoval es producto de una sostenida, quizá dolorosa, decepción del presidente López Obrador frente a un personaje que no hizo sino enfangarse en un pantano de contradicciones alimentado por codicia burocrática, operación política facciosa y el diseño febril, desde su mullida residencia del Pedregal, de un país de izquierda radical que sólo existió en su imaginación.
Antes de arrancar el gobierno, Sandoval Ballesteros se perfiló como una presencia lógica, por ser hija y nieta de dos líderes sociales legendarios, entrañables para generaciones completas de la izquierda mexicana: su padre, Pablo Sandoval Ramírez, y su abuelo, Pablo Sandoval Cruz. Éste, líder estudiantil y social, médico formado al amparo del general Lázaro Cárdenas. El primero, también dirigente estudiantil, aguerrido abogado, luchador contra gobiernos represores hasta el salvajismo, como los de Luis Raúl Caballero Aburto y Rubén Figueroa.
Es imposible saber cuándo se dio cuenta López Obrador que con Irma Eréndira había cometido quizá su mayor error al formar el gabinete. Acaso cuando entendió que ella buscaba conducir al grupo de halcones de la llamada cuarta transformación, los sectores más duros, que la usaban como ariete contra el ala moderada del gobierno.
Hacia finales del año pasado surgieron señales de alerta contra las ocurrencias políticas de Irma Eréndira, influenciada por las ideas de su esposo, el catedrático norteamericano nacionalizado mexicano John Ackerman. Y este a su vez estimulado por los textos de su padre, Bruce Ackerman, un reconocido profesor de Yale con amplia bibliografía sobre el fracaso del presidencialismo estadounidense y con algunas recetas sobre la ruta que deben emprender las rústicas repúblicas en el patio trasero del imperio.
El aventurerismo ideológico de los Ackerman-Sandoval no parecía reñido con los reportes sobre residencias y terrenos no reportados a la Secretaría de la Función Pública, que encabezaba Irma Eréndira. O los privilegios que se le extendían a su esposo con cargo al Conacyt, por no hablar de la UNAM.
Desde el arranque del sexenio la señora Sandoval se obsesionó con hacer gobernador de Guerrero a su hermano Pablo Amílcar, superdelegado del estado y responsable de los programas sociales federales. En el camino se les cruzó el cerril senador Félix Salgado Macedonio, contra el que habrían emprendido una campaña que contrariaba la voluntad del propio López Obrador. Ese fue el último clavo en el féretro político de la mujer que soñó con ser la heroína de la 4T.