La batalla de Dombás
ARTURO SARUKHÁN
En 1942, al término de la batalla de El Alamein -el momento en el cual Gran Bretaña finalmente detuvo y revirtió el avance alemán en el norte de África- Winston Churchill advirtió que aquello no constituía “el final, no es siquiera el principio del final; pero es, quizá, el final del principio.” Hoy, a 100 días de que Rusia invadiera Ucrania, es sin duda una cita que puede aplicarse a la derrota rusa en la batalla de Kiev por el control de la capital: un momento que quizá marca el cierre de una primera etapa de la guerra con una victoria ucraniana, camino a alguna resolución que garantice la supervivencia de ese país como nación independiente y soberana. El 24 de febrero, Rusia lanzó una invasión en tres frentes, con el aparente objetivo de decapitar y derrocar rápidamente al gobierno ucraniano. Hoy ese objetivo inicial está fuera del alcance de Moscú, gracias a la tenaz resistencia ucraniana, la sustancial ayuda internacional y los errores y las dificultades logísticas y estratégicas rusas. Ahora, Rusia ha pivoteado hacia un objetivo más modesto: una ofensiva destinada a apoderarse de la región separatista del sureste de Ucrania, el Dombás.
Hace dos meses, pocos analistas militares le daban a las tropas ucranianas muchas posibilidades de resistir el ataque ruso. Muchos predecían una victoria rusa en cuestión de días. Hoy son pocos los que dudan de la voluntad o capacidad de Ucrania para no solo contener y repeler la invasión sino también para contraatacar. Pero la batalla de Dombás, o lo que el Kremlin llama en su doble discurso orwelliano la “liberación de Dombás”, una ofensiva a lo largo de un frente de 300 millas de largo, será una combate muy distinto a lo que hemos atestiguado hasta ahora. Y es probable que ucranianos y rusos -al igual que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN- enfrenten cálculos y dilemas militares, políticos y diplomáticos escabrosos en las próximas semanas.
De alguna manera, la guerra en Ucrania está volviendo a sus raíces. Dombás, una región predominantemente ruso-parlante compuesta por dos distritos administrativos, Donetsk y Luhansk, se encuentra en estado de conflicto armado desde 2014, cuando Rusia alentó y ayudó a rebeldes separatistas a establecer ahí dos “repúblicas populares” autónomas. En vísperas de la invasión en febrero, Vladimir Putin reconoció a las dos repúblicas como independientes; de manera crucial, su declaración arropó no solo las áreas controladas por los separatistas sino todo Donetsk y Luhansk, un área territorial mucho mayor. El objetivo ruso ahora parece ser asegurar el control de toda esa zona, antes de siquiera considerar la posibilidad de un cese al fuego, o lo que desde capitales occidentales analistas, políticos y funcionarios -incluyendo al ex secretario de Estado Henry Kissinger, quien en Davos generara turbulencia, indignación y rechazo con su realismo político al sugerir que Ucrania debía ceder territorio a Rusia con tal de ayudar a Putin a salvar cara- llaman las “rampas de salida” para Moscú. Esto podría permitirle a Putin declarar victoria en lo que él sigue llamando una “operación militar especial”. También le daría al Kremlin un área rica en recursos naturales, incluidas vastas reservas de carbón, junto con un puente terrestre entre áreas que Moscú controla en el este de Ucrania y la península de Crimea, anexada en 2014.
En el camino de los rusos se interpone la Operación de Fuerzas Conjuntas (JFO), consideradas las tropas mejor entrenadas y equipadas del ejército ucraniano. Se sabe poco sobre la condición actual de la JFO: antes de la guerra, contaba con alrededor de 40 mil efectivos. Desde entonces, sin duda ha sufrido pérdidas notables, pero también se ha visto fortalecida por refuerzos y voluntarios internacionales. La prioridad militar inmediata de Rusia, según analistas de defensa británicos y estadounidenses, es rodear a estas tropas, aislándolas del resto de Ucrania. Este cerco es teóricamente posible, pero para lograrlo las tropas rusas deberán mostrar una competencia táctica, respaldada por un sólido apoyo logístico, factores ausentes hasta ahora en la caja de herramientas de Moscú. Rusia está quemando rápidamente los efectivos disponibles que tiene para la operación. Inteligencia británica apunta que alrededor del 75 por ciento de las fuerzas listas para combate ya están desplegadas en Ucrania. No sabemos exactamente cuántos efectivos ha perdido Rusia (la OTAN estima que son al menos 7,000) y muchos de ellos probablemente se encuentren entre sus combatientes de primera línea más experimentados y mejor entrenados. Las pérdidas de equipo también han sido sustanciales. Si la guerra continúa con tasas de bajas similares a los primeros meses de la guerra, Rusia necesitará una pausa operativa más larga en junio y julio, mientras se movilizan las reservas disponibles y se llama a reservistas adicionales. Pero Rusia seguirá necesitando sacar más tropas de alguna parte. El Kremlin recientemente activó su leva anual de manera anticipada, con el objetivo de movilizar a unos 134,000 nuevos reclutas. Pero el uso de conscriptos es controvertido en Rusia. Putin solo reconoció a regañadientes que éstos ya estaban luchando en Ucrania y el ministro de Defensa ruso aseguró a familias escépticas que los nuevos reclutas no serán enviados al frente. Sobre el papel, Rusia tiene reservas de alrededor de 2 millones de ex reclutas, pero solo unos cuantos miles están listos para entrar en combate. Además, una movilización masiva dejaría aún más en evidencia a la sociedad rusa que esto es mucho más que una mera “operación militar especial”. El gobierno de Putin ha tenido hasta el momento un éxito notable en el manejo de la opinión pública con respecto a la guerra, pero eso se volverá crecientemente difícil a medida que más jóvenes rusos sean enviados al frente y muchos nunca vuelvan.