Un poco tarde, pero por fin llegó el turno de Carlos III (el primogénito de la reina Isabel II) para asumir la monarquía británica, aunque la oportunidad se da cuando la familia real enfrenta una ola de escándalos y el Reino Unido padece una crisis económica creciente.
Carlos III cosechó una mala fama injerencista, lo que no hizo su madre, quien tenía clara la diferencia entre gobernar y reinar, pero su sucesor ha sido señalado por sus interferencias políticas, por sus meteduras de pata y por los escándalos que implican a sus ayudantes.
Precisamente el año en que le toca tomar las riendas de la monarquía, se cumple el 25 aniversario de la muerte de su primera esposa Lady Di. Los problemas en esa relación y, todavía años después, provocó desprecio hacia él y su ahora cónyuge, Camilla Parker-Bowles, la tercera en discordia.
Tendrá que cargar en su espalda con el desprestigio de su hermano Andrés. Biógrafos de la reina aseguran que era el hijo consentido, tiene fama de arrogante y déspota; de gastos extravagantes; de su amistad con traficantes de armas y dictadores. Pero la gota que derramó el vaso fue cuando lo acusaron de abusos sexuales, tras estallar el escándalo de su amigo Jeffrey Epstein.
Además del hermano incómodo, no hay que olvidar a su hijo Harry, en su adolescencia y juventud, el príncipe estuvo en el centro de varios escándalos públicos. El más sonado, el de una foto donde se le ve vestido como nazi.
Más adelante y casado, el príncipe Harry y su esposa Meghan, la duquesa de Sussex, decidieron alejarse de sus deberes reales en 2020. Esa decisión se conoció en febrero de 2021, pero la verdadera bomba que estallaría ante los ojos de la familia real tuvo lugar un mes después, cuando ya liberados de sus ataduras reales ambos dieron una explosiva entrevista a Oprah Winfrey.
La duquesa de Sussex dijo que, en un momento, su vida como miembro de la realeza británica fue tan aislada y solitaria que “ya no quería estar viva” e incluso habló de matices racistas, razón por la que Carlos III pidió a Harry no llevar a los funerales de la reina a su esposa.
Por otra parte, este nuevo reinado convivirá con la ruptura económica con el bloque europeo (Brexit), con una crisis por el desabasto de gas de cara al invierno, debido a la guerra en Ucrania y como consecuencia una lacerante crisis económica que la nueva primera ministra Liz Truss ha prometido revertir.
Por cierto, Truss ya tiene un lugar asegurado en la historia, fue la última funcionaria británica en tener un encuentro público y recibir el aval para asumir su cargo de parte de Isabel II, antes de morir.
Hoy Carlos III recibe muestras de apoyo por parte de británicos y de la mancomunidad, pero la realidad comenzará después del 19 de septiembre, cuando la reina llegue a su última morada: según las encuestas su popularidad alcanza 59 por ciento, pero la de su hijo William está por encima del 80 por ciento.
Muchas voces dentro y fuera de Reino Unido no descartan una abdicación de Carlos III en favor de su primogénito. La decisión no es fácil y requiere de modificaciones legislativas, pero también la monarquía debe sopesar su permanencia y futuro, pues lo contrario podría marcar el inicio del fin.