Contra todos los pronósticos, en la última cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), 15 y 16 de septiembre en Samarcanda, Uzbekistán, el presidente Vladimir Putin de Rusia sufrió un fuerte revés al no recibir el respaldo del presidente chino Xi Jinping, ni del primer ministro hindú, Narenda Modi, a su incursión bélica en Ucrania. Al contrario, ambos mandatarios fueron parcos y distantes, demandaron suspender acciones bélicas y la búsqueda de una solución.
En esa primera reunión presencial entre Xi y Putin desde el inicio de hostilidades y no obstante la camaradería mostrada en la última visita de Putin a China, en febrero último, el presidente chino fue contundente respecto a los problemas acarreados por la incursión rusa a Ucrania. De manera diplomática, Xi Jinping resaltó que dicho conflicto, sumó a los problemas causados por COVID-19 y generado una enorme disrupción en la economía, al contribuir a una mayor inflación, un menor comercio internacional y, con ello, un gran retroceso mundial. El crecimiento chino, en particular, ha sufrido por el encarecimiento de materias primas y problemas de desempleo. La recomendación final de Xi a Putin fue que Rusia y China “deben inyectar estabilidad en un mundo de cambio y desorden”.
El premier Modi, por su parte, también instó a Putin a terminar su guerra con Ucrania, haciéndole ver que “estos no son momentos para la guerra (…) Democracia, diplomacia, diálogo, son las herramientas más importantes para lograr soluciones”.
Así pues Putin, que acudió a la cumbre con la esperanza de un frente común contra sus enemigos de occidente, encontró más bien los reclamos de los gobernantes de los dos países más poblados del mundo.
Después de siete meses de combate en Ucrania y de soportar los embargos comerciales y financieros de Europa Occidental, la economía rusa está en una situación crítica, que cualquier jefe de gobierno buscaría remediar para evitar riesgos innecesarios a su país. Putin enfrenta, pues, una difícil coyuntura.
Pero según sus últimas declaraciones, Putin se inclina más bien por soluciones de fuerza, como las que aprendió en la KGB, el espionaje soviético. Pese a la falta de recursos, se propone enviar 300,000 reservistas, muchos de ellos renuentes a exponer su vida en una guerra, a las áreas actualmente bajo dominio ruso en la Ucrania nororiental como Donetsk, Luhansk, Kherson y Zaporizhzhia, donde, según él, el 90% de la población habla ruso y desea pertenecer a Rusia. Peor aún, en lo que parecen desvaríos de desesperación y a falta de apoyos externos e internos, amenazó con el uso de armas nucleares.
Otra posible solución al conflicto, aunque muy poco viable para Putin, sería llegar a acuerdos, como recomendaron sus homólogos chino e hindú. Sería deseable para el mundo, pero sería una gran derrota política para Putin y sus sueños.
POR AGUSTÍN GARCÍA VILLA