Ante una plétora de circunstancias negativas, significadas principalmente por una inflación desbocada, una deuda que representa el 150% del PIB, la mas alta de Europa después de Grecia, un ingreso per-cápita que no ha crecido desde el año 2000 y con una cuarta parte de la población joven desempleada y sin programas educativos o de capacitación para el trabajo, los italianos decidieron un cambio de gobierno que termina con la gestión del experimentado ex banquero Mario Draghi, iniciada en febrero de 2021 y complicada brutalmente por la crisis energética que hoy afecta ese país.
Así, el 25 de septiembre se llevó a cabo una nueva elección para primer ministro de la República, que por primera vez en la historia italiana, ganó una mujer, Giorgia Meloni, líder del partido de extrema derecha neo fascista “Hermanos de Italia” (FdI), apoyado a su vez por una coalición de partidos populistas de derecha encabezados por el conservador “Fuerza Italia” de Silvio Berlusconi, y la Liga Nacionalista de Mateo Salvini. Es, también, la primera vez, desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial que un partido de extrema derecha se encumbra con el triunfo electoral para gobernar el país de la bota.
Meloni, quién tomará posesión a finales del mes de octubre, fue una líder estudiantil destacada y militante de la derecha posfacista desde que tenía 15 años de edad, es una ferviente admiradora de Benito Mussolini, figura clave de las corrientes derechistas ultranacionalistas de estados europeos encabezadas por Hungría, Polonia y ahora Suecia, y de partidos políticos que han ido tomando fuerza en diversos países europeos como AdF en Alemania, VOX en España, Frente Nacional de Francia, etc.
La posición euroescéptica de Meloni fue reafirmada en sus primeros pronunciamientos como ganadora de las elecciones, al ratificar su compromiso de bloquear el ingreso de migrantes que cruzan el mediterráneo, la lucha contra todas las formas de fundamentalismo islámico y contra los grupos de la comunidad gay y las teorías de género, lo que habla de revivir el espíritu fascista de las épocas de Mussolini, en que se abolieron la libertad de pensamiento y las prácticas democráticas para dar paso a un estado de poder y fuerza, de un nacionalismo exacerbado, racista, que minimiza su Constitución y sus instituciones.
En efecto, lo que hoy se presencia a nivel internacional es un gran rechazo —traducido en Italia como el regreso del fascismo— en los países desarrollados a crecientes corrientes migratorias, que atenta contra el bienestar de sus propios ciudadanos. La solución a éste problema, sin embargo, está lejos de la vía de la fuerza y la presión política, pues lo que se requiere es ofrecer alternativas viables a una población que busca huir de la pobreza extrema.
La población del mundo en pobreza insistirá, una y otra vez, a toda costa, en buscar nuevos horizontes. Aún con el uso de la fuerza, no será posible detener los flujos de quienes huyen de la miseria y el desasosiego.
Lo que quizás debiera hacerse como una alternativa viable, sería implementar mecanismos financieros y tecnológicos que permitieran a los países en pobreza desarrollar sus capacidades a plenitud, lo que casi en automático detendría la salida de migrantes. Implicaría, sí, el reconocimiento por los países desarrollados de la necesidad de buscar mecanismos que mejoren la distribución del ingreso a nivel mundial.
POR AGUSTÍN GARCÍA VILLA