Si alguien me preguntara qué fue lo que detonó mi interés y pasión por la política, antes incluso de definiciones ideológicas o filosóficas (estaba apenas terminando la carrera de ingeniero industrial; después me iría a estudiar a Inglaterra, donde me hice marxista, y luego a España, donde me hice materialista en un sentido filosófico), le respondería que fue el haberme leído hace ya casi treinta años (corría el año de 1993) un libro en donde se desarrollaba un análisis comparado de las opciones que entonces había desde el interior del sistema, es decir del PRI, para suceder en la presidencia a Carlos Salinas de Gortari.
No vayan a pensar que era yo militante del PRI ni mucho menos. Nada más lejos de mí, pero el caso es que me compré el libro porque lo vi y le di una ojeada de superficie, animado por razones familiares pues en mi casa no se respiraba más que política por todos lados.
En el libro se analizaba, en efecto, el perfil de todos los aspirantes a la candidatura en cuestión. Pero la clave no estuvo ahí, sino en la primera parte del libro, que estaba dedicada a hacer una exposición breve del sistema político mexicano desde la revolución hasta el año en cuestión: 1993. Ahí fue entonces cuando algo cambió en mí para siempre, porque se me reveló la conexión que había entre mi presente y el pasado, explicada en función de la cadena de presidentes de México desde Álvaro Obregón hasta Salinas de Gortari, en efecto, y cuyo eslabonamiento era una forma de resumen del siglo XX.
Hoy parece una obviedad, pero no lo era entonces: ahí tenía frente a mí el modo histórico de comprender la experiencia política, que se conectaba con la historia, efectivamente, de una manera perturbadora y casi que misteriosa, podríamos decir, y curiosamente yo estaba llamado a quedar incorporado a ese eslabonamiento histórico, ¿me explico?, al conectarme por una serie de circunstancias con el grupo de uno de esos precandidatos, Manuel Camacho, que lo que buscaba era abrir el sistema desde dentro, precisamente, y del que hoy destacan dos de los cuadros más importantes, capaces y valiosos de la 4T: Mario Delgado y Marcelo Ebrard.
Ya luego volvería a todo esto, pero desde lecturas apasionadas y maduras de Marx, Gramsci, Hegel, Luciano Canfora, Jesús Reyes Heroles, Vasconcelos, José Luis Romero o José Aricó, de quien aprendí que el político verdadero se hace historiador cuando interpreta el pasado actuando sobre el presente, o Winston Churchill, que es magistral como ejemplo de esta forma de concebir la vida individual como aventura de la historia a través de la política, y de quien escribiera un libro magnífico el exprimer ministro británico Boris Johnson, que estudió historia y filología clásica y no es ningún tonto, sobre lo que llamó el factor Churchill, que significa que un hombre, un carácter, puede hacer toda la diferencia a la hora de definir y desencadenar los grandes acontecimientos de la historia. Hoy vivimos con AMLO algo así y el aprendizaje me parece genial.
POR ISMAEL CARVALLO ROBLEDO