Tras las elecciones legislativas del martes, es un hecho que Israel se sumerge aún más en la ola antiliberal que sacude a varios países del mundo. Con la figura del exprimer ministro Benjamin Netanyahu se perfilan alianzas con los partidos ultraortodoxos y de extrema derecha en ese país, encabezados por figuras como Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich. El primero, líder del partido Otzma Yehudit (Fuerza Judía) ferviente admirador de Baruch Goldstein, extremista que mató a 29 palestinos e hirió a otros 125 durante la masacre en la Cueva de los Patriarcas en Hebrón (1994). Defiende la anexión de Cisjordania, donde viven 2.9 millones de palestinos, y el traslado de parte de la población palestina de Israel a los países vecinos.
Por su parte, Smotrich es un colono y supremacista judío, líder del sionismo religioso, conocido por haberse pronunciado en 2016 a favor de una política de separación entre mujeres judías y árabes en las salas de maternidad de Israel–.
Pocos gobiernos en el mundo parecen tener la capacidad o la voluntad de alzar la voz. Algunos ven esa oportunidad en el ‘regreso a la izquierda’ en Latinoamérica. Después de todo, durante la primera década del siglo XXI, Brasil, con Luiz Inácio Lula da Silva, impulsó una agenda ambiciosa hacia Medio Oriente, y no dudó en cuestionar a los gobiernos israelíes por sus violaciones de los derechos palestinos.
Sin embargo, particularmente desde los gobiernos de Michel Temer y Jair Bolsonaro, la política exterior de Brasil se redujo a intereses comerciales con Israel y con algunos países árabes clave, en particular Líbano y las monarquías del Golfo.
El regreso de Lula al poder ocurre en un contexto interno e internacional muy distinto al de la primera década del siglo XXI. La balanza con él muy posiblemente se seguirá inclinando hacia una política menos consistente con Medio Oriente, basada en el orden económico y en el trámite de instrumentos de seguridad; esto, en el marco de un Brasil sumamente polarizado, con un Itamaraty disminuido frente a otras burocracias y segmentos de la sociedad brasileña (incluida la diáspora y grupos religiosos).
Será igualmente interesante ver cómo lidian con la nueva realidad política y social de Israel los gobiernos árabes que optaron por normalizar sus relaciones con ese país en 2020, que en el discurso siguen manifestando apoyo a Palestina.
De hecho, Abu Dabi ya ha alertado a funcionarios israelíes sobre el peligro que corre la relación por el avance del racismo contra los palestinos. Con todo, se antoja difícil que esa inquietud desplace al acuerdo de libre comercio y de defensa aérea que tiene con Israel. Normalizar tiene una dimensión principal, geopolítica, que consolida una ecuación apreciada por todos estos actores: el estatus quo, y situaciones de ni guerra ni paz. El problema es que se canjea la paz sostenida por una anuencia siempre momentánea.
POR MARTA TAWIL