28 de Noviembre de 2024

LA ESCENA EXPANDIDA / Racismo y clasismo en la escena yucateca / Juan Hernández

Columnas Heraldo

 

 

El pensamiento colonial persistente en la sociedad mexicana y, en particular, en la yucateca, concibe que la infraestructura para las artes es exclusivo y un privilegio para los artistas que se dedican a la creación de discursos de cualidades discutibles, pero que son legitimados por representar el triunfo de la civilización occidental. 

Recientemente visitamos la península maya, para ser testigos del 15 Festival de Danza Llanera, que realizó Umbral Danza Contemporánea dirigida por el maestro Cristóbal Ocaña, del 27 al 30 de octubre en Valladolid, Yucatán.

Un encuentro en el que se reunieron alrededor de 200 bailarines de danzas tradicionales, provenientes de estados como Baja California, Guanajuato, Chiapas, entre otros, que nada tienen que ver con la parafernalia del folclor sino con la auténtica manifestación de aquellas danzas como elemento de identidad cultural.

En 15 años que hemos sido testigos de la celebración del encuentro dancístico nos hemos percatado de los obstáculos que enfrenta. Desde los artistas profesionales de danza locales, cuyas producciones solo ven sus amigos y familiares, hasta las autoridades culturales que sólo contemplan a la tradición de los grupos originarios como un espectáculo para turistas, un negocio sin alma ni esencia.

Cristóbal Ocaña ha sufrido maltrato por dedicar su tarea a la reivindicación de grupos vulnerables, entre ellos los originarios y sus culturas.

Debe decirse que los que participan en el Festival de Danza Llanera se pagan el viaje a Yucatán, llevan vestuario y producción costosa, y se presentan en escena con la remuneración de la satisfacción que les deja mostrar esas danzas que les representan y de las que se sienten orgullosos.  Aceptan las condiciones que les ofrece la localidad, algunas veces la comida la hacen las mujeres del municipio en donde se realiza el festival, los pobladores ofrecen hospedaje en sus casas, y este año durmieron en el nuevo Teatro de Valladolid y en algunos salones de universidades privadas que brindaron colchonetas, pero no regaderas para refrescarse luego de una jornada de trabajo en la calurosa ciudad.

El Grupo Chicomoztoc de Guanajuato realizó una instalación contemporánea y tradicional. Una ofrenda monumental artísticamente de un alto nivel y con el valor implícito de la tradición. Llevaron desde su estado los materiales muy costosos, para montar ese altar de una estética que echa por tierra el racismo y el clasismo con el que autoridades, y las élites artísticas miran a las manifestaciones provenientes de los usos y costumbres de las culturas originarias. No lo dicen, porque es políticamente incorrecto, pero el desdén y las trabas para que el festival se realice lo dicen todo. Las autoridades de Valladolid no permitieron que se repartieran volantes o se pegaran carteles para promocionar a estos grupos que, además de sus danzas, cocinaban en el teatro sus platillos tradicionales para alimentar al público. Otra vez, todo pagado por ellos mismos.

El territorio libre era exclusivamente el teatro, al que llegó público pese a la actitud discriminatoria de las autoridades municipales de Valladolid.

El pensamiento colonial mantiene la idea de que la estética de las obras de los grupos originarios es “artesanía”. El arte para las élites es aquel que vindica el triunfo de la cultura occidental en América.

Uno pensaría que estos son temas superados, del pasado, pero en esta tierra, en donde los mayas existen y superviven invisibilizados y explotados, la situación del colonialismo es evidente.

Aquellas “artesanías” no solo gozan de una poderosa fuerza creativa, ofrecen un mundo simbólico, requiere de una técnica depurada y precisa y, además, representan la forma de ver el mundo. Decir qué es arte y qué no es una prerrogativa de especialistas formados en la más pura educación occidental. En el ensayo “Coatlicue: estética del arte indígena antiguo”, el historiador Justino Fernández reflexiona sobre la incapacidad de occidente para entender a la escultura azteca, y que para los mexicanos resultaba mucho más asequible comprender el arte clásico que el misterio que resguarda la antigua diosa de piedra prehispánica.

Estar en Yucatán, escuchar el maya como la lengua de uso cotidiano, atestiguar el desprecio por las artes originarias y sus representantes, no deja la menor duda de que lejos estamos de evolucionar en la erradicación del pensamiento colonial, base del profundo racismo y clasismo en la sociedad mexicana.

El 15 Festival de Danza Llanera es un bastión de resistencia de los supervivientes de aquellas culturas que hoy siguen siendo arrasadas por la cultura dominante.

Este festival se hace con el esfuerzo de la sociedad civil. Un encuentro dancístico que costaría cientos de miles de pesos, se realiza con la autosubvención, porque para estos artistas la danza tiene un sentido estético y, sobre todo, de resistencia cultural.

POR JUAN HERNÁNDEZ

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