28 de Noviembre de 2024

MIRANDO AL OTRO LADO / ¿Giro izquierdista en América Latina? / RICARDO PASCOE

Columnas Heraldo

 

 

Hay que explorar las luces y sombras del supuesto giro a la izquierda de América Latina. ¿Significa ser “de izquierda” simplemente porque un líder o partido se proclame como tal? Para entender la ideología de un gobierno hay que explorar sus políticas ante temas como el militarismo, la transparencia y el combate a la corrupción, el respeto al Estado de derecho dentro de la institucionalidad democrática, el fomento al progreso económico y el combate a la desigualdad y la oferta de oportunidades para el desarrollo personal y comunitario en un ambiente de libertad y democracia.

Una verdadera política de izquierda debería destacar en cada uno de esos rubros. Repasando las políticas de los gobiernos supuestamente de izquierda en activo en Latinoamérica queda claro que existe una diversidad tal de políticas, o anti políticas, que la escala para definir qué gobierno es más o menos de izquierda resulta difícil. El arcoiris es amplísimo.

En primer lugar, ¿de qué países hablamos? De países cuyos gobierno se definen de izquierda, por iniciativa propia. Obviamente estos incluyen a México, Cuba, Nicaragua, Colombia, Venezuela, Argentina, Chile, Bolivia, Perú. Excluyo a Brasil porque el nuevo gobierno recién electo, también se dice de izquierda, aún no ejerce el poder.

Cuba destaca por un hecho concreto e histórico. Es la única economía centralmente planificada en América Latina. De hecho, el único otro país parecido a Cuba en cuanto a su economía, Estado y sociedad es Corea del Norte. Son regímenes cuya Constitución prohíbe la existencia de partidos aparte del Comunista, que es el “único representante legítimo” de los intereses del pueblo. Son modelos políticos de partido único, donde el ejército nacional es expresión y órgano del partido.

Todos los miembros de la sociedad son empleados del Estado y laboran en sus empresas, bajo el ojo vigilante del Estado y sus representantes. Cuba es, nítidamente, la dictadura más longeva de toda América Latina. Sus gobernantes civiles y militares se enriquecen a costa de los demás pero, siendo una isla, es relativamente fácil controlar cualquier brote de inconformidad social, ya sea por la represión directa (policía y fuerzas armadas) o por la indirecta (cese del empleo, el envío a los gulag internos, etc.).

Venezuela y Nicaragua destacan por ser dictaduras sui generis, aunque se consideran aliados de Cuba y, como el gobierno isleño, afirman que rigen los destinos en nombre del pueblo. Al afirmar esto, se supone que eso los define como “de izquierda”. Sus partidos gobernantes, que no los únicos partidos existentes aunque sí los hegemónicos, dominan el Estado en su totalidad (Ejecutivo, Legislativo, Judicial, además del órgano electoral que dictamina los resultados de las elecciones, y las fuerzas armadas). Si alguien no obedece una instrucción dada, puede ser apresado, expulsado del país o simplemente ejecutado.

Sin embargo, su proximidad con Colombia y Brasil, y la porosidad de sus fronteras, crea una situación en la que el gobierno debe negociar con poderes fácticos que existen y actúan dentro de sus territorios. Ambos ejércitos son Poderes fácticos que actúan de conformidad con los políticos vigentes, o al margen de ellos. En Venezuela el narcotráfico es, a la vez, aliado y contrincante del gobierno central. En Venezuela y Nicaragua el capital privado existe, actúa y avanza, a la sombra que echa el árbol del poder, jugando el juego de la corrupción y el enriquecimiento de los políticos. Sus economías podrían definirse como capitalismo monopolista de Estado.

El peronismo argentino no proviene de una “ideología de izquierda” sino que se nutre de fuentes de mesianismo, políticas extremistas europeas y autoritarismo popular, además de un militarismo que usa a las masas populares como fuente de legitimación de su poder. Argentina es prueba de que es un error aceptar la premisa de que todo aquel que dice representar al pueblo sea de izquierda.

En América Latina esa concepción es equivocada porque las fuentes nutrientes de la inconformidad social que demagogos pueden aprovechar para acceder al poder, no se basa en una ideología o concepción de una sociedad nueva, sino en la intención de remover del poder a sujetos por emociones de odio o resentimientos provocados por muchas razones de carácter social o cultural, no necesariamente por una agenda alterna de gobierno.

Esto explica por qué existen peronismos de “izquierdas y derechas”, envueltos en el mismo costal que tejieron Eva y Perón. No es que sean realmente “de derechas o de izquierdas”, sino que el acceso al poder, que es su objetivo, se da en coyunturas donde las narrativas justificativas difieren según el estado de ánimo social. Es por ello que en nuestros tiempos se habla de “populismo de derecha o de izquierda”.

Depende de la narrativa polarizante acogedora del momento. Puede ser por incitar el temor a los migrantes o por odio visceral a una clase social. Ambas narrativas pueden ser el escaparate que justifica el acceso al poder, incluso por vía de elecciones. El reto posterior es cómo no dejar que se le escape de las manos ese poder adquirido. Pan y circo no es ser de izquierda.

El México de López Obrador es más parecido al peronismo populista que a un ideólogo doctrinal de izquierda. Por ello su gobierno es de corte populista sin ideología de izquierda, pero con un fuerte acento de conservadurismo social combinado con la impronta autoritaria militarista. Su admiración casi adolescente de la dictadura cubana lo lleva a querer cierto mimetismo con ese modelo isleño de convivencia entre civiles y militares, y quisiera no tener que tolerar procesos electorales.

A diferencia de una izquierda doctrinal de Estado ordenado, separación de los militares del poder y respeto a la institucionalidad democrática, López Obrador aspira a gobernar con los militares y el narcotráfico, eliminando a las elecciones si fuera posible para asegurar su continuidad en el poder los años “que fuesen necesarios” para consolidar su “obra”. Al mismo tiempo, es un gobernante profundamente conservador en lo social. Reparte dinero a pobres para conseguir su voto pero aplica políticas públicas económicas que anclan a la gente en su pobreza y no les ofrece salidas a su condición en el largo plazo. Quiere que sigan siendo pobres y dependientes de las migajas que les avienta desde su mesa. Desprecia a las mujeres y al movimiento feminista.

Del movimiento LGBTI+ mejor ni se le menciona, igualmente el aborto y las bodas de personas del mismo sexo. Esos temas le causan repulsión. Fomenta el odio social al neoliberalismo mientras aplica políticas económicas neoliberales. Más ideólogos de izquierda tradicional democrática parecen ser Petro de Colombia y Boric de Chile. Ambos empiezan sus gestiones tratando de definir una estrategia democrática de largo aliento. Hasta ahora Petro ha logrado que el Congreso colombiano le apruebe una reforma fiscal importante y ha avanzado en separar la policía de la fuerzas armadas.

Es decir, rechaza firmemente cualquier pretensión militarista. Boric en Chile también ha avanzado en separar la policía del ejército, como gesto importante para asegurar la estabilidad de las instituciones democráticas en la sociedad chilena. No ha tenido éxito en otras áreas. Perdió el referéndum constitucional contundentemente, lo que le ha restado autoridad política como Presidente. Pero critica los regímenes autoritarios y dictatoriales de Cuba, Venezuela y Nicaragua, al mismo tiempo que repudia el embargo económico de Estados Unidos a Cuba. Ambos presidentes son socialmente liberales y demócratas convencidos.

Esto los distingue del resto de los supuestos “izquierdistas” de América Latina. Hasta ahora parecería que son los Presidentes con verdadera definición de izquierda. Perú es otro caso verdaderamente fuera de toda imaginación. El Presidente, comunista, vive impugnado por el Congreso de su país, investigado por la Fiscalía peruana, acusado de corrupción e incapaz de gobernar. En su caso la pregunta es ¿cuándo caerá? Parece que la ideología en Perú es inexistente, aunque obviamente subyace en el fondo de las conductas de agentes políticos.

Y Bolivia languidece en lo alto de los Andes y en las yungas, aislado del mundo, sin salida al mar y sin salida a su crisis económica y la miseria de las grandes masas bolivianas. Pero vaya que son bolivarianos convencidos. Tienen el altar puesto a la dictadura cubana. De ésta reseña destaca que Colombia y Chile tienen gobiernos que caben dentro de una definición de izquierda democrática. Del resto de los países, que se mueven entre dictaduras, militaristas, oportunistas, populistas sin agenda fuera de su deseo de poder, y todos envueltos en cascadas de corrupción.

Es imposible clasificarlos “de izquierda”. Así que la respuesta es no, América Latina no ha dado un viraje a la izquierda. Ha ido, mayoritariamente, a lugares donde reina la corrupción, la ambición desmedida y el militarismo como instrumento privilegiado del poder. A la izquierda aún le falta mucho para llegar al poder.

POR RICARDO PASCOE

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