La gran exaltación literaria de la Primera Guerra Mundial fue publicada en 1920. Es Las tempestades de acero, de Ernest Jünger, una novela fincada en lo autobiográfico que nace de los diarios que escribió entre 1914 y 1918, periodo en el que estuvo en el frente, fue herido siete veces y se la pasó de maravilla. ¿Sorprendente? Tal vez no tanto. Jünger fue un bicho raro y un talento extraordinario.
En su más de un siglo de vida, cantó las virtudes de la guerra de un modo que a Hitler le resultó encantador, frecuentó a nazis de pura cepa como Heidegger y representó al nazismo en la Francia ocupada, pero se negó a militar en el partido nacional socialista, probablemente evitó el antisemitismo, tuvo algún coqueteo con los soviéticos y terminó por consagrar sus días a los insectos, que coleccionaba obsesivamente, y a defender el uso libre y gozoso de las drogas. Con todo, su culto a la guerra, muy del fascismo, estaba lejos de ser raro en esa Alemania impregnada de romanticismo proto nazi.
En eso radica la originalidad y el éxito de Sin novedad en el frente, la muy leída novela del padre fundador del antibelicismo de entreguerras, el también alemán Erich Maria Remarque, publicada en 1929, convertida en un éxito planetario y llevada al cine dos veces, tan pronto como en 1930 y en 1979, antes del peliculón que pueden ver en Netflix desde hace unos días, dirigido por el alemán Edward Berger. A Jünger la pasión por la guerra como experiencia límite, pura, ultra masculina, insufriblemente entendido lo masculino como lo positivo, se le manifiesta en líneas así:
“Ella, la guerra, era la que había de aportarnos aquello, las cosas grandes, fuertes, espléndidas. La guerra nos parecía un lance viril, un alegre concurso de tiro celebrado sobre floridas praderas en que la sangre era el rocío”. Permeado de nacionalismo germanista y un ímpetu militar parecido, Remarque, en contraste, dio rápidamente con el desencanto. Sin novedad en el frente es un paseo horrendo que empieza en la idiotez militar –“Saludar, cuadrarse, desfilar, presentar armas… Aguantar insultos y montones de humillaciones…; nos preparaban para el heroísmo como si fuéramos caballos de circo”– y culmina en una masacre inútil, grotesca, cruel, con sesos que vuelvan por todos lados y botas ahogadas en el lodo. Por eso, justamente, es tan difícil llevarla al cine, que suele encontrarse cómodo en el triunfalismo guerrero.
Con talento brutal, por su magnitud y por su naturaleza, Berger logra una adaptación virtuosa y a ratos casi imposible de ver, por la crueldad de las secuencias, la inutilidad de la carnicería tan vívida, la desolación y el arrasamiento de todo lo de bueno y alegre que puede llegar a las trincheras. Peliculón, sí, particularmente oportuno en días de militarización patria y putinismo global.
POR JULIO PATÁN