Donald Trump anunció que buscará la candidatura presidencial republicana de 2024 y por supuesto la Casa Blanca, en una reedición de la que fuera su exitosa campaña electoral de 2016 y su lema de "hacer a los Estados Unidos grandes otra vez".
Son los mismos argumentos, sin olvidar por supuesto la inseguridad en la frontera sur tanto por los millones de personas que dice la han cruzado ilegalmente en los últimos dos años como la entrada de drogas, en especial fentanilo. El país está en una crisis económica que por supuesto, él puede curar tan pronto llegue a la presidencia otra vez.
Esta vez, sin embargo, es un valor conocido. Ya nadie lo descarta simplemente por ser un ególatra o un personaje en busca de publicidad. Más bien preocupa por su historia reciente, por su impacto, por su capacidad para convencer a un sector de los estadounidenses que fue víctima de un fraude electoral sin más pruebas que sus palabras.
El credo de Trump proclama nunca rendirse, siempre contraatacar y cantar victoria sin importar que tan mal se encuentre.
Su anunciada intención de buscar nuevamente la Presidencia no sólo cuadra con su ego sino también con lo que parecería una estrategia política y judicial: politizar aún más las investigaciones de que es objeto por fraude fiscal en Nueva York, intentos de presionar a funcionarios públicos para alterar el resultado de las elecciones en el estado de Georgia, su participación en los motines de enero de 2021 y el haber retenido indebidamente documentos secretos vinculados con la defensa nacional, cuando dejó la Presidencia.
En el mejor de los casos para Trump, todo eso se convertirá en un argumento para llegar de nuevo a la Casa Blanca, esta vez como un cuasi-mártir del patriotismo; pero ese es un camino que se le podría negar si resultara convicto en alguno de los casos que ahora enfrenta.
Y eso lleva al otro camino, menos generoso, pero más acorde con el estilo de Trump: politizar los casos y encarecer sus costos políticos para el sistema y para sus instituciones, al grado que resulte más conveniente dejarlos que continuarlos.
El hecho es que el camino de Trump a la candidatura presidencial es afectado por sus problemas personales, y el movimiento en su contra tanto del aparato tradicional republicano, que lo considera como responsable de la victoria-convertida-en-derrota de las elecciones legislativas del 8 de noviembre, a presuntos "herederos" que como el exvicepresidente Mike Pence o Ron DeSantis, gobernador de Florida, proponen lo mismo, pero sin la carga de problemas del magnate, al que consideran como una piedra atada al cuello del partido.
Falta ver, pues, si el movimiento trascendió a su creador.
Porque a final de cuentas, como señaló David Owen en enero de 2017, en un artículo de la revista The New Yorker sobre cómo fue jugar golf con Trump, "actúa como un mal perdedor hasta cuando gana".
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS