Para Irán, los sueños de la Copa Mundial se acabaron tras la derrota de su equipo frente a Estados Unidos (1-0). Parecería que a los jugadores se filtró el estado de ánimo de tensión y división que reina en Teherán en el marco de las protestas de las mujeres contra el régimen.
En todo caso, el gobierno iraní busca esquivar la presión de esas movilizaciones, que no cesan desde hace varias semanas. El pasado domingo, el fiscal general de Irán, Mohammad Jafar Montazeri, anunció la abolición de la Policía de la Moralidad, creada en 2006 bajo el presidente ultraconservador Mahmud Ahmadineyad (2005-2013) para "difundir la cultura de la decencia y el velo".
Para los activistas de derechos humanos, es una respuesta improvisada. Además, la abolición de la Policía Moral, incluso si se hiciera realidad, no cambiaría la obligación de usar el velo, impuesta por una ley de 1983.
Todo indica que el régimen iraní se encuentra en una situación de creciente debilidad dentro (por la economía, sobre todo) y fuera.
Hacia el exterior, el régimen debe hacer malabarismos entre la negociación del tema nuclear y la necesidad de aliarse con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y al mismo tiempo, diferenciarse de él –para que Irán sea valorado como potencial fuente alternativa de suministro mundial de gas–.
El ayatollah y el gobierno alardean de sus políticas de protección social, pero lo cierto es que ha aumentado la violencia estatal y social contra las mujeres de esa nación.
Con todo, los valores patriarcales y contra las mujeres no son exclusivos de la propaganda de los autoritarismos; en las democracias liberales han estado prosperando durante años, como parte del resurgimiento de la extrema derecha.
Las mujeres iraníes queman el hiyab en tanto símbolo del régimen iraní, no de la religión; no se manifiestan contra el hiyab, sino contra su imposición asociada a una violencia sistémica y patriarcal excluyente, que abarca temas amplios, no sólo la vestimenta.
Pero, además, la protesta de las mujeres iraníes no se reduce a una batalla contra el velo, sino contra la corrupción, la mala gestión económica, incluso la política exterior. Junto a ellas salen hombres; al unísono exigen soluciones, entre el desasosiego y los ecos disipados de los ideales revolucionarios (1979) de justicia social, libertad e independencia.
Si bien existe mucha incertidumbre sobre el futuro de la actual ola de protestas, una cosa es cierta: si el régimen en Teherán no aborda las demandas de la sociedad por mejores estructuras de gobierno, prepara aún más el escenario para nuevas formas de protesta y confrontación con un régimen al que no le queda capital social para invertir en su futuro.
POR MARTA TAWIL