Motivado por el curso reciente de la política exterior mexicana y toda vez que lo considero un tema importante y de interés general, busco en las siguientes líneas explicar brevemente y de manera sencilla para qué sirve y cuál es la utilidad de ese órgano del Estado que es el Servicio Exterior.
Iniciaré diciendo que las relaciones entre grupos humanos, tribus, feudos, reinos y, posteriormente, Estados, se iniciaron prácticamente en el mismo momento en el que los seres humanos dejaron de ser nómadas para volverse sedentarios y formar las primeras aldeas.
La diplomacia, como se le conoce ahora, nace de la necesidad de organizar esas congregaciones para intentar dirimir sus diferencias por una vía pacífica en lugar de mediante la guerra.
En la época moderna, el inicio de este espíritu en las relaciones entre los Estados podemos ubicarlo en 1648, con la llamada Paz de Westfalia que, después de 100 años de guerras en Europa, reunió a los Estados para dialogar y buscar una forma más civilizada de resolver sus conflictos: territoriales, políticos y religiosos, principalmente.
En este contexto de la naciente diplomacia, la primera institución académica tendiente a organizar, instruir y catalogar la información sobre lo que ocurría en el mundo fue la Academia de Nobles Eclesiásticos, fundada por el Papa Clemente XI en el año de 1701. Desde entonces, el Estado Pontificio se dio cuenta de que tenía que catalogar, archivar y procesar la información que recibía de todos los confines de la Tierra en donde operaban sus sacerdotes, quienes la enviaban al Papa: riqueza de inteligencia inigualable y que hasta la fecha sabe utilizar muy eficientemente.
Es por eso por lo que todos los Estados, las potencias y las que no lo son, como nuestro país, desde que nacen como Estados independientes establecen una institución para preparar cuadros que sirvan para estos fines, en nuestro caso, la defensa de los intereses, económicos y políticos, del Estado mexicano y a sus instituciones, así como y sobre todo a sus nacionales. Ahí radica la importancia de la captación de información de todo tipo que sirva para desarrollar su inteligencia y así posicionar de una mejor manera su influencia en la esfera internacional a favor de los intereses nacionales, a la vez que participar en la toma de decisiones en el concierto internacional.
Para todo esto se necesita fundamentalmente contar con un excelente prestigio como Estado y de diplomáticos con la capacidad personal y moral para poder ser bien recibidos por sus interlocutores internacionales. Es necesario ser éticos en su actuación, responsables, directos, confiables y honestos, y son necesarios lineamientos de política exterior claros y firmes, arraigados en nuestra tradición diplomática, que acompañen en su quehacer a ese cuerpo diplomático.
Hoy en día sorprende sobremanera la falta de una política internacional de Estado congruente que nos permita mantener un buen nombre entre las naciones para poder influir tanto en los organismos internacionales como en los ámbitos bilaterales y regionales, prestigio que se ha venido perdiendo cotidianamente con esta falta de coherencia en el quehacer político público.
Y sorprende también la manera en la que en este gobierno se han afectado las capacidades humanas acumuladas a lo largo de generaciones en el Servicio Exterior Mexicano, que en el pasado elevaron la autoridad e influencia de la diplomacia mexicana; con ello, se ha disminuido el potencial de México para actuar en los trascendentales cambios que tienen lugar en la economía y en la geopolítica globales, y sobre todo en la defensa de nuestros intereses nacionales.