*Ya investida como la futura conductora del movimiento, la reconstrucción de la unidad tendrá que hacerse con la muñeca y el oficio político
La 4T tendrá rostro de mujer. Ayer por la tarde conocimos el nombre de quien aspira a suceder a López Orador cuando termine su mandato en 2024.
La victoria de Claudia Sheinbaum confirmó la tendencia que mostraron las encuestas por poco más de un año.
Con el anuncio inicia una nueva etapa para el movimiento que en 2018 cambió por completo la cartografía del sistema político mexicano.
La jornada de festejo, sin embargo, tuvo su momento amargo. Sabiéndose perdedor, Marcelo Ebrard desconoció el proceso y su equipo abandonó el recinto. Veremos cómo sigue la novela, pero el tono empleado en sus intervenciones apunta a que la ruptura está consumada.
Que hubo errores durante el levantamiento de las cinco encuestas que le dieron la victoria a Sheinbaum lo reconocieron desde el miércoles las propias autoridades de Morena.
En muchas ocasiones las actas y reportes se llenaron mal. En otras el acta final se llenó al día siguiente por acuerdo de los observadores. En otros casos se cambió la sección y no se comunicó a tiempo.
Errores que son, en su mayor parte, fallas de logística y —aquí el punto central— afectaron a todos los aspirantes por igual. No hay evidencia de que estos errores a) invaliden técnicamente la muestra y el levantamiento. En esto coinciden diversos consultores ajenos al proceso y que no tienen ningún interés en tal o cual resultado.
Y b) la evidencia marca que estos errores no tienen una sistematicidad ni muestran un sesgo como para afirmar que evidencian un fraude en contra de Ebrard. Si los errores de logística hubieran sido siempre para el mismo lado, otra historia sería, pero los datos demuestran lo contrario.
Ya sea por incapacidad de procesar la derrota o por puro pragmatismo, los cierto es que hoy Ebrard parece más afuera que adentro. Esto le plantea a Sheinbaum su primer gran desafío: 1) morigerar los efectos la ruptura y lograr que con Marcelo se vayan la menor cantidad de cuadros, dirigentes y legisladores; y 2) recomponer una nueva unidad que la acompañe primero en la campaña y luego, si se diera el caso, como la primera presidenta mujer.
Por supuesto que el presidente es y seguirá siendo un factor de cohesión, pero ya investida como la futura conductora del movimiento, la reconstrucción de la unidad tendrá que hacerse con la muñeca y el oficio político de Claudia Sheinbaum y su equipo.
Paradójicamente, la dureza de las palabras de Ebrard, así como la crudeza de sus acciones ofrecen un factor valioso para que Sheinbaum enfrente estas tareas.
Al desprestigiar el enorme esfuerzo de dirigentes y militantes, Ebrard le ha picado el orgullo al obradorismo, movimiento que nació en la adversidad y que encuentra en los ataques un motivo de orgullo e identidad. Y falta lo que pueda decir el presidente de la actitud de su excanciller.
Información tomada de El heraldo de México