La decisión del republicano Kevin McCarthy, presidente de la Cámara de Representantes del Congreso estadounidense, de iniciar un proceso hacia la eventual impugnación constitucional del presidente Joe Biden, es mucho más una medida para salvar su puesto y una prueba de la fuerza polìtica de la ultraderecha y la influencia de Donald Trump que una verdadera amenaza para el mandatario.
De hecho, los prospectos de juicio en la Cámara baja son de casi segura condena y la aprobación de artículos de impugnación contra Biden, gracias a la mayoría republicana de 222 votos a 212 de los demócratas. Que hasta el momento no se ha votado por el inicio del proceso, como estableció un fallo judicial durante la presidencia de Trump, es un mero detalle.
Luego, la acusación será enviada a la Cámara de senadores, donde es probable que la minoría republicana, y quizá no toda, vote por ella a sabiendas que la mayoría demócrata la va a rechazar. Otro tecnicismo.
Y se acabó, salvo en la propaganda de Trump, que ha empujado en discursos públicos y reuniones privadas por lanzar juicios de corrupción contra Biden. Él mismo fue impugnado dos veces durante su mandato, sin resultados.
Y dada la fuerza que Trump tiene entre el electorado republicano, lo políticamente correcto en ese partido es votar por aprobar el juicio contra su presunto rival demócrata.
Es el tipo de cosas que hace ruido. La impugnación de un Presidente es uno de esos eventos con un elevado perfil público y un nivel enorme de sonido, como el de un concierto de rock metalero, y ya ha pasado que con menos profundidad. Pero en política el escándalo tiene su utilidad.
En este caso, el interés político-electoral en tratar de impugnar a Biden era conocido, evidente, desde hace meses. Es más, el compromiso fue establecido con la elección de McCarthy como presidente de la Cámara, a principios de año: fue una de las condiciones por la que un par de docenas de diputados ultraderechistas le dieron su voto.
Y esos votos eran para McCarthy no sólo la llave del liderazgo de la Cámara sino la buena relación con Trump, hoy por hoy el verdadero caudillo del Partido Republicano.
Y de paso buscar la impugnación del Presidente por acusaciones de corrupción contra su hijo de Hunter, que había aprovechado el nombre de su padre, cuando era vicepresidente de Estados Unidos entre 2008 y 2016, presuntamente en negocios con empresas de China y Ucrania.
Claro que no había otros candidatos, pero sí una prueba del poder de una minoría vociferante y cohesionada ideológicamente.
Son tácticas parlamentarias usadas por minorías que se encuentran en posiciones de fuerza.
En otras palabras, McCarthy salva su posición, al menos hasta el siguiente chantaje.
Hace años un especialista en medios alegaba que un buen escándalo debe ser fuerte y entretenido, pero fácilmente descartable.
Y algunos, como la analista política y biógrafa de Trump, Maggie Haberman, creen que el actual sainete será poíìticamente útil a Biden.
Y para McCarthy.