Los migrantes que se desplazan de su lugar de origen a la tierra prometida, viven intensamente, la experiencia de cruzar mares, ríos y selvas, vastas regiones inhóspitas cargadas de peligros de toda naturaleza.
Los migrantes son como una erupción en el cuerpo de la sociedad mundial, que alerta una peligrosa enfermedad que, de no curarse, el cuerpo puede morir.
Los líderes nacionales y mundiales conocen bien las metástasis de tan mortal enfermedad, —pobreza, desigualdad, dictaduras y populismos, corrupción, crimen, delincuencia, explotación, ignorancia y deshumanización.
Los migrantes son los expulsados, los perseguidos, los exprimidos por la injusta sociedad de la que fueron parte. Huyen en cajas, barcazas y vagones, hambrientos, apretados hasta la asfixia, extorsionados, viajan como frutas y legumbres mallugadas y hasta podridas. Se deslizan como multitudes de sombras cargadas de miedo y esperanza.
Siguen adelante, solo hay un adelante, el regreso no existe. Soportan casi todo, inspirados por su valiosa y única esperanza de escapar del pasado infame, buscando caminos seguros que no existen para alcanzar lo que consideran su salvación.
¿El futuro será mejor o peor de cuanto tenían?
—ya lo verán—. Millones de migrantes tienen derecho a la dignidad por humanidad. Que no se olvide que son personas, familias, niños, jóvenes y viejos, son seres humanos.
Lo menos que se puede hacer desde la trinchera ciudadana, es sentir compasión y expresar solidaridad y respeto por mínimo que sea, a esta frágil fracción de nuestra lesa humanidad.
Que no se carguen más nuestros migrantes con indiferencia y desprecio de los pobladores que cruzan, que bastante tienen con la carga del peligro inminente que enfrentan en cada paso, así como el peso del yugo de la extorsión.
POR: FERNANDO ALBERTO GARCÍA CUEVAS