El sábado 7 de octubre, 50 años y un día después del inicio de la Guerra de Yom Kipur que sacudió el sentimiento de seguridad e invulnerabilidad del Estado de Israel, un nuevo ataque sorpresa ha transformado de tajo la ecuación de la estabilidad regional.
En un operativo que combinó ataques por cielo, mar y tierra, el grupo palestino de Hamas asesinó brutalmente a cuando menos 700 israelíes, el peor y más sangriento ataque terrorista en la historia de esa nación. Con ellos, murió también toda esperanza de un posible acuerdo entre autoridades israelíes y palestinas y arrojó el mapa geopolítico de la región por los aires como un rompecabezas.
La rápida e inmisericorde reacción israelí ha sumido ya a Gaza en sangre y polvo, donde Hamas reina. La zona más densamente poblada del mundo (2.5 millones de personas en 360 kilómetros cuadrados). Gaza sufría ya las consecuencias de un brutal bloqueo de parte de Egipto e Israel desde que Hamas tomó el poder en 2007. Ahora, enfrentará las consecuencias de una represalia que tiene más de política y visceral que de estrategia de seguridad: para el hasta hace unos días tambaleante gobierno de Benjamín Netanyahu, la oportunidad para mostrarse duro.
Las reacciones a los ataques han correspondido a su letalidad y al nivel de relativa sofisticación que han mostrado los terroristas. La frontera más segura y protegida del mundo fue penetrada con una facilidad pasmosa.
De inmediato, las condenas inequívocas (que personalmente suscribo) al terrorismo, a los ataques indiscriminados contra civiles.
De la mano de esas condenas, las más feas expresiones de odio tanto de algunos partidarios de Israel como de los palestinos. Ausente todo balance, todo contexto, todo intento por entender la complejidad de un conflicto tan añejo en el que ninguna de las partes puede llamarse libre de culpa.
(Sobre la complejidad del conflicto publiqué un largo hilo en la red X, antes Twitter. Me encuentran como @gabrielguerrac)
Las repercusiones geopolíticas son igualmente complejas y nada fáciles de interpretar o predecir.
Irán, que históricamente ha sido aliado de los grupos armados palestinos como Hamas y Hezbollah, ve crecer su influencia e impacto. Lo mismo Qatar, que aunque más discreto nunca ha ocultado sus simpatías. Arabia Saudita, siempre cercana a EU y que estaba próxima a establecer relaciones diplomáticas con Israel, tendrá que repensar su postura.
EU ve dinamitada cualquier esperanza por relanzar el diálogo entre las partes, máxime en vísperas de un año electoral. Tendrá que reafirmar su apoyo al gobierno israelí, del que había tomado distancia recientemente.
Y, frotándose las manos (aunque por muy distintas razones), Vladimir Putin, que verá cómo disminuye la atención por la guerra en Ucrania, y Netanyahu, que se aprovechará cínicamente de los ataques para hacer que se olviden sus afanes antidemocráticos.
Los grandes perdedores, como siempre, los civiles en ambos lados de la frontera.