22 de Noviembre de 2024

CASCABEL AL GATO / La paz en un mundo de violencia / Adrián Velázquez Ramírez

columnas heraldo

 

Hacia finales del siglo XX algunos intelectuales pronosticaban que con la expansión de la democracia a nivel global entraríamos en un mundo de paz. Este optimismo se fundaba en la expectativa en que los gobiernos democráticos serían menos proclives a involucrarse en conflictos bélicos y que el incremento del comercio internacional haría menos preferible este camino.

Además, la apuesta por que los organismos multilaterales se convirtieran en actores importantes en el concierto internacional alentaba el optimismo. El siglo XXI, sin embargo, se encargó de hacer trizas este pronóstico.

Vivimos en un mundo en el cual la violencia organizada sigue siendo un factor preponderante en la forma en que nos vinculamos económica, política y socialmente. A las guerras tradicionales se le suman nuevas formas de colonialismo, organizaciones criminales con una inédita capacidad logística y armamentística, el recrudecimiento del racismo, la xenofobia y los discursos de odio.

Tan sólo en África se han registrado siete golpes de Estado en los últimos tres años. En nuestro continente, Haití es una catástrofe humanitaria y no hay una clara voluntad política para ayudarla a ponerse de píe.

En este contexto es necesario volver a empuñar la bandera de la paz. Pero para ello es indispensable repensarla y revisar con espíritu crítico cuáles han sido sus fundamentos pues es innegable que numerosas atrocidades se han cometido a su nombre.

La paz no puede significar la reivindicación de un único modelo de civilización. La paz no puede ser un club cuya membresía se page con la erradicación de las diferencias entre los grupos humanos. Como es evidente, la paz tampoco puede sostenerse a base de misiles, muros y campos de concentración.

Es indispensable volver a organizar un movimiento internacional que tenga a la paz como objetivo y que responda a las condiciones de nuestro tiempo. Pero esto sólo se logrará si se pone en el centro la justicia, único fundamento real de una paz verdadera y duradera.

Mientras algunas zonas del planeta gozan de los beneficios del comercio internacional, otras carecen de lo indispensable y de las promesas de la globalización sólo conocen el despojo de sus recursos naturales y la explotación laboral de su población. La preocupación de las grandes potencias por la migración seguirá siendo un sollozo hipócrita mientras no se decidan a destinar recursos para mejorar la calidad de vida de los países de origen.

Pero este nuevo movimiento por la paz no se organizará sólo y las grandes potencias están demasiado comprometidas con el mantenimiento del status quo global. Y es aquí donde América Latina tiene algo que decir.

Parte de occidente, pero atravesada por la herencia colonial. A la vez parte importante del actual modelo de integración internacional pero también territorio vejado e intervenido por los intereses de las potencias, América Latina no es sólo una porción del mundo sino la promesa de un nuevo mundo, regenerado y liberado de las viejas ataduras que nos han traído a este umbral.

Por Adrián Velázquez Ramírez